CATEQUESIS POR RADIO. ESCUELA RADIAL DE CATEQUESIS: CONFIRMACION Y EUCARISTIA

lunes, 16 de diciembre de 2013

CONFIRMACION Y EUCARISTIA


La Confirmación y su origen

a) Concepto y descripción: La confirmación es un sacramento propio, distinto del bautismo. Es parte constitutiva del proceso global de la inserción de los cristianos en la Iglesia. La única iniciación tiene dos centros de gravedad claramente diferenciados.
En sus inicios, a la totalidad de la iniciación se la podía denominar «el bautismo». Así, Orígenes llama bautismo a la imposición de las manos de la confirmación: «Hemos sido bautizados en el agua visible y hemos sido bautizados en la unción del crisma».

La diferencia entre el bautismo y la confirmación se refiere tanto al rito: imposición de las manos, unción, sigilación y marca del ya bautizado, como al contenido del sacramento: la donación del Espíritu, aunque no forma parte de la fundamentación inmediata de la vida cristiana. Esta fundamentación acontece en el bautismo, que también otorga el Espíritu como vínculo originario con Dios. La confirmación consolida y sella la vida iniciada en el bautismo. Hch. 8,18 y 19,6 testifica una imposición de las manos posterior al bautismo llevada a cabo por los apóstoles, como señal de una especial concesión del Espíritu Santo.
b) El origen de la confirmación: Jesús es el ungido por el Espíritu Santo, es decir, el Cristo y Mesías, como Hijo de Dios (la expresión Hijo de Dios se refiere aquí a la humanidad de Jesús y tiene una significación mesiánica). Es, por el poder del Espíritu, el mediador del reino de Dios (Mc 1,1; Lc 4,18.21; Hch. 4,27; cf. Is 61,1). De Jesús como Cristo se deriva la denominación «cristiano» aplicada a los creyentes (Hch. 11,26): son los ungidos y sellados por Dios, señalados con una marca espiritual (2Cor 1,21ss.; cf. Ef 4,30; Jn 2,20.27).
Del mismo modo que en el bautismo el contenido espiritual se expresó en el rito del «baño de agua en la palabra», tal como se encuentra en la práctica de la Iglesia post-pascual, también las palabras simbólicas de la unción (crismación, fortalecimiento, sigilación, marca) pudieron proporcionar el motivo que se expresa en la forma ritual. Con el bautismo en sentido estricto estuvieron asociados, en una época muy temprana, ritos postbautismales, que señalaban la eficacia del Espíritu Santo y podían desarrollarla: entran aquí especialmente la imposición de las manos, la unción y la sigilación.

En los Hechos de los apóstoles (8,14-17), trae Lucas un texto de fundamental importancia que testifica que la imposición de las manos de la confirmación es un rito independiente que acarrea una especial recepción del Espíritu Santo.
 «Enterados los apóstoles en Jerusalén de que había recibido Samaría la palabra de Dios, les enviaron a Pedro ya Juan, los cuales descendieron y oraron sobre ellos para que recibieran el Espíritu Santo; porque todavía no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les iban imponiendo las manos y recibían el Espíritu Santo». Cf. también 19,1-7: «E imponiéndoles Pablo las manos, vino sobre ellos , el Espíritu Santo».

Aunque no puede afirmarse que la práxis aquí descrita de la conexión entre el agua del bautismo y la imposición de las manos aporte un dato histórico de los primeros años de la primitiva comunidad jerosolimitana, es indudable que Lucas testifica aquí una caracterización y una definición específicamente pneumática de la existencia cristiana.
De hecho, tanto en su Evangelio como en los Hechos de los apóstoles presenta una acusada teología del Espíritu que se propone destacar la presencia salvífica pneumática de Dios en Jesucristo. Al marcar una distancia temporal de cincuenta días entre el acontecimiento de Pascua y la efusión escatológica del Espíritu en Pentecostés, ha creado el presupuesto para entender que la iniciación se compone de dos ritos sacramentales muy relacionados entre sí, pero no absolutamente idénticos: el baño del agua y la imposición de las manos.

Lucas tiene también interés en destacar la unión entre la comunidad cristiana nacida entre los samaritanos gracias a la actividad misionera de Felipe y la comunidad de Jerusalén. Por eso informa del viaje de Pedro y Juan de e esta última ciudad, para sellar, mediante la imposición de las manos, el bautismo y conferir el Espíritu Santo.

En los últimos años del siglo II y primeros del siglo III aparecen ya las primeras descripciones detalladas del rito en Hipólito y Tertuliano.
Mientras que (posiblemente) en algunas regiones eclesiásticas (Siria, Palestina) sólo se practicaban algunas unciones prebautismales que formaban, en su conjunto, una unidad indisoluble con el bautismo de agua y transmitían el don único de Dios, es decir, su perdón, Hipólito conocía, además de algunas unciones posbautismales, directamente pertenecientes al bautismo, otro rito específico, reservado en exclusiva al obispo. Constaba de la imposición de las manos, la unción de la cabeza y la signación. Las unciones podían ser también realizadas juntamente por los presbíteros y el obispo en las ceremonias de la iniciación: «Señor y Dios, les has hecho dignos [a los bautizados] del perdón de los pecados; hazlos ahora dignos de ser colmados por el Santo Espíritu, Envíales tu gracia para que te sirvan según tu voluntad, porque para ti, el Padre y el Hijo, con el Espíritu Santo, es la gloria en la santa Iglesia, ahora y por siempre. Amén».

Tertuliano refiere la siguiente secuencia; baño de agua, unción con el crisma (que corresponde a la unción de Jesucristo como sumo sacerdote), imposición de las manos.
En algunas Iglesias concretas se daba una secuencia diferente de los elementos rituales. Es evidente que no siempre confluían los tres elementos, No podemos analizar aquí con mayor detalle estas diferencias en la historia de la liturgia. Por lo que respecta a la problemática dogmática, es importante señalar que la tradición habla de un signo visible bajo el que se transmite una gracia que puede ser distinta de la bautismal.

Problemática teológica (gracia específica) y pastoral (edad, preparación, ubicación en la Iniciación)

a) El problema de la gracia específica de la confirmación: Tertuliano subordina al bautismo de agua el perdón de los pecados, que fundamenta la relación al Padre, el Hijo y el Espíritu, Mediante la imposición de las manos se invoca el poder del Santo Espíritu. De todas formas, el efecto de la iniciación es uno y único; el don del Dios trino como vida eterna del hombre, Cipriano distingue en la iniciación tres sacramentos distintos: baptismus aquae, baptisma spirituale seu confirmatio y el sacramentum eucharistiae.

Cirilo de Jerusalén establece una clara diferencia, tanto en el plano ritual como en el teológico, entre la confirmación y el bautismo. Del mismo modo que Cristo, después del bautismo en el Jordán, fue bautizado con el Espíritu Santo, así también los cristianos, después del bautismo de agua, reciben la unción del Espíritu. Este bautismo y esta unción son antitipos del prototipo del bautismo y la recepción del Espíritu de Cristo. Una vez que por el bautismo venimos a ser amigos de Cristo, recibimos, como él, el óleo espiritual del «gozo del Espíritu Santo» (1Tes 1,6), es decir, la presencia escatológica de la salvación de Dios. El óleo consagrado aquí empleado, aplicado en la frente y en todos los demás sentidos, es el medio de la gracia de Cristo para la recepción del Espíritu. y así como Cristo resistió en el desierto los ataques del demonio, así también el ungido con el Espíritu está confirmado para luchar contra los enemigos de Dios, equipado con las armas espirituales (según Ef 6,6-20): la verdad, la justicia, la fe, la salvación, la palabra de Dios .

Ambrosio entiende el agua del bautismo como el comienzo de la iniciación y la confirmación final en el Espíritu como su consumación. Hay una efusión de los siete dones del Espíritu. «Te ha confirmado Dios Padre, te ha fortalecido y consumado Cristo, el Señor, y te ha dado la prenda del Espíritu en tu corazón». Esta donación del Espíritu purifica a quien la recibe y le capacita para participar en la vida sacramental y sacerdotal de la Iglesia.

Agustín conoce, además de algunas unciones inmediatamente vinculadas al bautismo, una imposición de las manos del obispo y una señal en la frente que confieren los dones del Espíritu Santo y llevan el bautismo a su plena consumación. En efecto, sólo quien ha recibido la imposición de las manos tiene en medida plena el Espíritu Santo y, a una con ello, la remisión de los pecados y de la culpa original. Tiene la vida eterna, el don del amor, la comunión con Cristo y la participación en el servicio sacerdotal, real y profético de Cristo en su Iglesia.

Plantea un problema interpretativo la cuestión relativa a la reiteración de la imposición de las manos en la confirmación, porque Agustín dice de ella que no es sino una oratio super hominem. Tampoco es del todo clara la relación entre la imposición de las manos de la confirmación y la que se da en el rito de la reconciliación. En todo caso, en la Iglesia romana acabó por imponerse la práctica de no repetir la imposición de las manos en la confirmación

En el tramo final de la teología patrística de Occidente, Isidoro de Sevilla (hacia 560-633) documenta la interconexión entre el bautismo y la confirmación y, a la , vez, la convicción de que la confirmación es un signo salvífico propio y específico.

En Oriente, Juan Damasceno (hacia 675-749) describe el bautismo como el primero de los dones del Espíritu para el renacimiento, la protección y la iluminación.
La unción con el óleo nos hace uno con Cristo, el único Ungido, y anuncia la compasión de Dios por medio del Santo Espíritu.

La conciencia de la unidad de la iniciación se mantuvo hasta la época final de la Patrística. El bautismo otorga el perdón de los pecados, la vida divina y el Espíritu Santo. La imposición de las manos, la unción de la confirmación y la sigilación completan y llevan a su culminación el acontecimiento del bautismo. La conciencia de una más firme diferencia objetiva y de la independencia entre el bautismo y la confirmación cristalizó claramente cuando se impuso la práctica de administrar en tiempos diferentes ambos sacramentos. En este proceso ejercieron una fuerte influencia cuatro factores:

1.      El llamado baptismus clinicorum, es decir, el bautismo en el lecho de muerte (= los clínicos). Si los así bautizados recuperaban la salud, debían presentarse ante el obispo para recibir la imposición de las manos y la unción.

2. El establecimiento de las Iglesias rurales. Los cristianos bautizados por un sacerdote o un diácono debían más tarde ser confirmados por el obispo de la Iglesia matriz o metropolitana.

1.      El gran número de los que solicitaban el bautismo. Incluso en los casos de las celebraciones de iniciación de Pascua y Pentecostés, en las que estaba presente el obispo, le era físicamente imposible confirmar a todos; se hizo preciso recabar la ayuda de otros sacerdotes. En este sentido, el problema del ministro ordinario de la confirmación contribuyó a esclarecer la diferencia entre el bautismo de agua y la unción de la confirmación como ritos sacramentales propios e independientes.

La costumbre de bautizar a los niños. Una vez ya implantada la costumbre de bautizar a los niños, apenas cabía imaginar una iniciación común a cargo del obispo. En Oriente se conservó la unidad del bautismo y la confirmación porque los sacerdotes administraban a la vez ambos sacramentos. Quedaba aquí empañada la Idea de que es el obispo quien sustenta esencialmente la iniciación en la vida eclesial. En Occidente se mantuvo en pie la convicción de que el ministro ordinario de la confirmación es el obispo, de suerte que se introdujo una gran distancia temporal entre su administración y la del bautismo. La práctica de la comunión de los niños y el aplazamiento de la confirmación hasta la adolescencia provocó una notable alteración en la secuencia de los sacramentos (actualmente: bautismo, confesión, eucaristía, confirmación).

Sobre el trasfondo de la evolución global del concepto de sacramento, se fue resaltando con creciente claridad, desde el siglo XII, la sacramentalidad de la confirmación. Tiene su rito propio y confiere una gracia específica. La confirmación es una acción simbólica nacida de la voluntad salvífica de Cristo y transferida a su Iglesia en virtud de su actividad salvífica actual como Señor exaltado.

A partir del principio general de que el obispo es el ministro, Pedro Lombardo reflexiona sobre el carácter irrepetible y el rito sacramental de la confirmación y sobre el don específico de la gracia de este sacramento, en cuanto distinta de la gracia bautismal. En la confirmación se da el Espíritu Santo como fortalecimiento. Es aquel mismo Espíritu que fue dado en el bautismo para perdón de los pecados, justificación y nueva creación. Por tanto, no es la confirmación «mayor» que el bautismo. Podría entendérsela como «mayor» en el sentido de que es administrada por el obispo que, a diferencia de los simples sacerdotes, posee la plenitud del sacramento del orden. Se la puede interpretar como un augmentum, un acrecentamiento de la gracia del bautismo. Mediante el bautismo, el Espíritu Santo habita en nosotros y nos hace su templo. Confiere su don septenario y otorga su fuerza al ungido. Convierte a los fieles en christiani pleni. Propiamente hablando, la confirmación no consuma el bautismo, ya que éste, en cuanto sacramento pleno, no admite una consumación mayor. Más bien, el Espíritu Santo recibido en la confirmación sitúa al bautizado en la senda de la consumación plena, de la vida eterna fundamentada en el bautismo.

Buenaventura enseña que mediante la imposición de las manos, la unción y las correspondientes palabras de la administración, el obispo fortalece al bautizado para que sea firme luchador en nombre de Cristo y pueda confesar abierta y valerosamente la fe. Dios ha instituido la confirmación para que pueda alcanzarse la meta fundamentada y señalada en el bautismo.

Tomás de Aquino razona el número de los sacramentos mediante una argumentación de carácter antropológico. La vida humana tiene su fundamento en el nacimiento. Luego el nacido crece (augmentum) hasta llegar a la madurez (perfecta aetas). De manera análoga al nacimiento y el crecimiento de la vida humana, se necesita (motus augmenti) un sacramento distinto del bautismo; la confirmación. Su efecto especial tiende al crecimiento y fortalecimiento de la vida espiritual en el Espíritu Santo fundamentada en el bautismo (S.th. III q.72 a.2). Dada la peculiar función del bautismo y de la confirmación, no se puede invertir su secuencia. La confirmación presupone siempre el bautismo, del mismo modo que el carácter de la confirmación presupone el bautismal. Este carácter bautismal delega al bautizado para llevar a cabo acciones santas que sirven para su salvación. El carácter de la confirmación le da fuerza para librar el combate contra los enemigos de la fe y le capacita para colaborar en el servicio de salvación de la Iglesia.

Aunque todos los sacramentos son necesarios para la salvación, se dan diferencias. Cristo ha instituido sacramentos que son necesarios para que pueda transmitirse la salvación, por ejemplo, el bautismo. Otros se administran para la plenitud de esta salvación. Entre ellos se encuentra la confirmación, que confiere la gracia de la justificación y de la santificación bajo el punto de vista del fortalecimiento espiritual para llegar ala edad plena de Cristo.

Según Tomás de Aquino, Jesús instituyó el sacramento de la confirmación antes de Pascua no mediante una transmisión pública sino mediante la promesa del Espíritu Santo, y ello debido a que, como el sacramento comunica la plenitud del Espíritu, no podía ser dado antes de la resurrección y ascensión de Cristo al cielo. La confirmación es, en cierto modo, el «Pentecostés» en la vida del cristiano.

b) Problemática Pastoral: trata de quién puede recibir el Sacramento de la Confirmación

Todo bautizado, aún no confirmado, puede y debe recibir el sacramento de la Confirmación. Puesto que Bautismo, Confirmación y Eucaristía forman una unidad, de ahí se sigue que "los fieles tienen la obligación de recibir este sacramento en tiempo oportuno", porque sin la Confirmación y la Eucaristía, el sacramento del Bautismo es ciertamente válido y eficaz, pero la iniciación cristiana queda incompleta.
La tradición latina pone, como punto de referencia para recibir la Confirmación, "la edad del uso de razón . Sin embargo, en peligro de muerte, se debe confirmar a los niños incluso si no han alcanzado todavía la edad del uso de razón.

Si a veces se habla de la Confirmación como del "sacramento de la madurez cristiana", es preciso, sin embargo, no confundir la edad adulta de la fe con la edad adulta del crecimiento natural, ni olvidar que la gracia bautismal es una gracia de elección gratuita e inmerecida que no necesita una "ratificación" para hacerse efectiva. Santo Tomás lo recuerda: "La edad del cuerpo no constituye un prejuicio para el alma. Así, incluso en la infancia, el hombre puede recibir la perfección de la edad espiritual de que habla la Sabiduría (4,8): «la vejez honorable no es la que dan los muchos días, no se mide por el número de los años. Así numerosos niños, gracias a la fuerza del Espíritu Santo que habían recibido, lucharon valientemente y hasta la sangre por Cristo"

La preparación para la Confirmación debe tener como meta conducir al cristiano a una unión más íntima con Cristo, a una familiaridad más viva con el Espíritu Santo, su acción, sus dones y sus llamadas, a fin de poder asumir mejor las responsabilidades apostólicas de la vida cristiana. Por ello, la catequesis de la Confirmación se esforzará por suscitar el sentido de la pertenencia a la Iglesia de Jesucristo, tanto a la Iglesia universal como a la comunidad parroquial. Esta última tiene una responsabilidad particular en la preparación de los confirmandos.

Para recibir la Confirmación es preciso hallarse en estado de gracia. Conviene recurrir al sacramento de la Penitencia para ser purificado en atención al don del Espíritu Santo. Hay que prepararse con una oración más intensa para recibir con docilidad y disponibilidad la fuerza y las gracias del Espíritu Santo.
Para la Confirmación, como para el Bautismo, conviene que los candidatos busquen la ayuda espiritual de un padrino o de una madrina. Conviene que sea el mismo que para el Bautismo, a fin de subrayar la unidad entre los dos sacramentos.

Teología de la Iniciación

La teología de la iniciación en el bautismo y la confirmación

La confirmación es sacramento en cuanto que, asociada desde los primeros tiempos al bautismo, causa la incorporación salvífica en el misterio de Cristo y de la Iglesia y lo hace, además, como signo eficaz del fortalecimiento y la sigilación con el Espíritu Santo mediante la imposición de las manos y la unción.
Dado que Dios confiere el don único de su autocomunicación bajo una forma plural, acomodada a la condición humana, es acorde también con el origen y el inicio de la fe cristiana en el bautismo un crecimiento y desarrollo en el camino de la fe mediante la confirmación.
La doble forma sacramental de la iniciación no viene sugerida únicamente por una analogía antropológica aplicada a las fases de la vida espiritual. Se desprende también de la diferencia de las dos procesiones intratrinitarias en Dios y de su manifestación en las misiones externas del Hijo y del Espíritu Santo. Ambas misiones tienen su origen en la procesión intradivina de las personas. Baste aquí una concisa aclaración en relación Con el Espíritu: Si el Espíritu de Dios, en el que participamos de la vida divina en el amor del Padre y del Hijo, fuera una fuerza apersonal procedente de Dios, entonces las criaturas personales podrían ciertamente ser asumidas por Dios, pero ellas, en cambio, no podría aceptar al mismo Dios en su propia libertad, porque Dios no podría ser lo más íntimo de su autorrealización personal y de la auto trascendencia a él. Pero al haber llegado los hombres a ser hijos de Dios en Jesucristo, envía Dios el Espíritu de su Hijo a sus corazones, el Espíritu que clama: «Abba, Padre» (Gal 4,4-6; Rom 8,3.15).

Ambas misiones están indisolublemente unidas, pero se las debe distinguir. El Padre lleva a cabo la salvación en la historia mediante la misión del Hijo. y hace realidad la presencia permanente del evangelio del reino de Dios y de Cristo en su Iglesia mediante la misión del Espíritu. En el Espíritu Santo derrama Dios su amor en los corazones de los hombres y causa así la justificación por la fe y la paz con Dios por Jesucristo (Rom 5,5).

El resultado de la encarnación del Hijo de Dios en Jesús es el cristocentrismo de la mediación y de la transmisión de la gracia. Ya esto responde el bautismo: crea en el creyente la relación fundamental con el acontecimiento Cristo. En él se da, también, a la vez, a título de inclusión, el Espíritu de Dios, pues sin este Espíritu es de todo punto imposible hablar de Jesús como el Cristo. Ahora bien, no recibimos la autocomunicación del Dios trino con actitud meramente pasiva. Respondemos a ella con el poder del Espíritu enviado a la voluntad liberada para la libertad. Aquí aparece la confirmación, la recepción del Espíritu, como capacidad de respuesta. El Espíritu consolida nuestra fe en Dios, en el remo de Dios en el hombre histórico Jesús de Nazaret.

Por eso, en la iniciación se da, junto a la relación -de base teológica trinitaria y densificación cristológica- con Jesús, el Hijo hecho hombre, tal como aparece sobre todo en el bautismo, otra relación especial, también con esta misma base teológica, pero ahora específicamente pneumatológica, con la persona del Espíritu Santo que guía a los fieles a Cristo y al Padre y les permite participar en su comunión con ambos.

En la imposibilidad de repetir la confirmación se refleja además el hecho de que las misiones del Hijo y del Espíritu no son intercambiables.

Al conocer la Iglesia, bajo el impulso del Espíritu Santo, su misión sacramental y expresarla en los ritos sacramentales concretos, ha llegado también, a la vez, al conocimiento seguro de la sacramentalidad propia de la confirmación. Se trata, por supuesto, de una sacramentalidad estrechamente vinculada al bautismo: «El día en que apareció la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres, no nos salvó por las obras de justicia que hubiéramos realizado nosotros, sino, según su misericordia, por el baño regenerador y renovador del Espíritu Santo, que él derramó abundantemente sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, seamos, como esperamos, herederos de la vida eterna» (Tit 3,4- 7).
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Eucaristía

Teología bíblica del memorial y la Alianza.

a)      El Memorial: es un concepto fundamental en la vida de Israel. Va siempre asociado a un objeto sagrado o rito y tiene como finalidad recordar las hazañas que Dios hizo en el pasado y ponerlas así ante los ojos de Dios, de modo que él recuerde, actualizándola, la salvación y la liberación concedidas a Israel.
Memorial ante Dios era la berakkah, la bendición de alabanza a Dios, como acción de gracias. Era el memorial de la palabra por ser recuerdo de las proezas hechas por Dios. Junto a un memorial de tipo subjetivo, surge ya un sentido más fuerte del memorial en la medida en que se une al nombre revelado de Dios, en este caso el recuerdo del nombre de Dios es operativo y eficaz.
Memorial serán también los nombres de los hijos de Israel grabados en piedras preciosas colocadas sobre los hombros del sacerdote (Ex. 28, 12-19). También el sonido de las trompetas, etc.
El memorial por excelencia era la Pascua, en la cual el pueblo recordaba el acontecimiento salvífico que le había dado su existencia como pueblo y esperaba la presencia continua y salvadora de Dios. En este sentido es un acto de culto repetido periódicamente que le compromete a renovar los prodigios realizados en otros tiempos.
Por otro lado había una fusión de dos tiempos de la historia, el presente y la salida de Egipto, en el misterio de la comida. El acontecimiento se hacía presente, y cada uno se hacía contemporáneo del acontecimiento.
b) La Alianza:
El contenido de la Alianza
Si distinguimos en el contenido de la Alianza entre su contenido "objetivo" y "subjetivo", podemos establecer algunas precisiones.
El contenido objetivo es una relación de paz, el elemento shalom: El compromiso del pacto mira ante todo a la constitución de una relación de shalom (= paz, no perjuicio, integridad) entre las dos partes contrayentes. En concreto la shalom del pacto significa. Vida-no muerte, bién-no mal, bendición-no - maldición. Así lo encontramos en Dt 30,15 y 19: "Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. Te pongo delante la vida o la muerte, la bendición o la maldición. Escoge, pues, la vida, para que vivas, tú y tu descendencia".
Tengamos en cuento que nuestra palabra "paz" expresa sólo inadecuadamente la idea de shalom, Como dice Von Rad: "shalom designa de hecho la integridad, la totalidad de una relación comunitaria, y por tanto un estado de armonía, de equilibrada compensación de los derechos y de las necesidades entre las dos partes contrayentes".
Pero también podemos considerar el aspecto psicológico o subjetivo del contenido, que consisten en dos actitudes: el hesed, y el emet. Hesed se puede describir como misericordia, redención (perdón), por una parte; bendición y no maldición divina por la otra. También aparece como amor, tanto de la parte divina como de la humana como ciencia, conocimiento, intimidad (cf. Os 6,6), En el contexto de la Alianza el contenido más importante es el de elección, predilección. Junto al hesed encontramos el emet que puede toma: diversas formas, pero que en su conjunto significan lo siguiente: "El complejo de actitudes de lealtad, fidelidad y confianza, fe dada-aceptada y mantenida,... que constituye Justamente el verdadero eje de funcionamiento de una herit: es la veritas' que es atestiguada con un juramento de pacto".
De todos modos, si queremos fijar el elemento determinante, específico para el concepto y el contenido de la alianza, entre los dos debemos quedarnos con hesed/. Porque en este término se encuentra expresada la noción de elección, de predilección, que es esencial para la alianza. Mientras que emet es fidelidad al pacto ya establecido, y por lo tanto lo supone y no lo crea.

La Alianza, centro de la religión de Israel
Podemos concluir señalando la importancia de la alianza tanto en lo que respecta a la revelación de Dios, como a la vida religiosa de Israel.
Por cierto Dios se manifiesta a través de sus obras, y la revelación bíblica de Dios no es otra que la misma Historia de la Salvación, la historia de Dios que obra en el mundo. Y si bien es cierto que podemos arrivar a Dios a través de la creación, el Dios bíblico es conocido, sobre todo, a través de la alianza. "La Alianza nos introduce así en la revelación del Dios viviente con todo su misterio y toda su paradoja... Ella constituye el corazón de la revelación de Dios en el Antiguo Testamento". De este modo, a través de la Alianza se hacen manifiestos los rasgos del Dios de la Biblia, que son la verdad y la justicia, el amor y la santidad.
Por otra parte, la alianza mira ala vida del pueblo, mucho más allá de un simple modo literario. Ella le da un medio para comprender lo que vive, un modelo de interpretación de su misma historia, la que cumplido la alianza, y el retorno señalará el comienzo de una nueva alianza, un nuevo modo de entenderla que es ya preparación inmediata a la Nueva Alianza que sellará Jesucristo.
Por todo esto podemos considerar a la Alianza un concepto central de la fe de Israel: El concepto de Alianza entre Yahvéh e Israel es... el concepto que la religión esta fundada... en la elección: Elección de Dios de su pueblo y "elección" de este por Dios, su decisión libre de serle obediente y fiel. Entendida de este modo, «alianza» es una expresión central de la fe distintiva de Israel como «pueblo de Yahvéh», los hijos de Dios por adopción y decisión libre más que por naturaleza o necesidad.

* La celebración de la Alianza:
La Alianza del Sinaí
Encontramos la narración de la Alianza del Sinaí en Ex 24,1-11, cuyo núcleo, del versículo 3 al 8, es posiblemente de origen elohista, y comprende .los siguientes elementos:
1. Moisés construye un altar al pie del monte, que representa a Yahvéh, y doce estelas por las doce tribus de Israel.
2. Siguen holocaustos y sacrificios de comunión como ofrenda a Yahvéh.
3. Moisés derrama la mitad de la sangre sobre el altar.
4. Lectura del libro de la alianza frente al pueblo y su respuesta de aceptación.
5. Aspersión de la sangre sobre el pueblo acompañadas de las palabras: "esta es la sangre de la Alianza que Yahvéh ha hecho con vosotros, según todas estas palabras" (Ex 24,8).
Podemos notar cómo Moisés derrama la sangre sobre el altar que representa a Yahvéh antes de recibir el consentimiento del pueblo a la ley, que les lee: el donde Dios es absoluto, sin quedar condicionado por la voluntad de los hombres.
Para verter la sangre sobre el altar, Moisés no espera la lectura de la ley ni el consentimiento del pueblo; es que el don de Dios y su promesa no dependen del previo acuerdo de la multitud: por parte de Dios no hay condiciones, todo es pura liberalidad, pura gratuidad, da sin volver atrás. Por parte del hombre, al contrario, la alianza comporta siempre un elemento precario, es decir, la conformidad de la voluntad libre aceptando el don gratuito de Dios comprometiéndose, mediante una promesa, a serle fiel.
La Sangre de la Alianza
Dios que había liberado al pueblo de Israel sacándolo de Egipto, lo conduce al desierto donde tiene lugar la alianza que establece con él. Así como el éxodo ha sido el acontecimiento determinante de la historia de Israel, así la Alianza va a ser la institución fundamental que regule las relaciones entre Dios y su pueblo.
Entre los nómadas era usual el rito de la sangre: se hacían incisiones y luego chupaban la sangre que de ellas manaban., o mezclaban mutuamente las sangres, significando así su unión. En Israel, sin embargo, se utilizaban formas más solemnes.
Para los hebreos la sangre, era el lugar donde se encontraba la vida. Cuando se mataba al animal, salía de su sangre un hálito o vapor que representaba el a1ma, y que se identificaba con el principio vital, nefesh, o vida. Surge de aquí la prohibición de comer la sangre.
Respetar la sangre es reconocer el poder exclusivo de Dios sobre la vida, y de ahí deriva su función en los sacrificios de expiación, en los cuales es usada como medio de restablecer la vida entre Dios y el hombre, vida que el pecado había roto.

Por eso el asperjar de todo el pueblo (Ex 24,3-11), viene a significar que entre Dios y el pueblo va a darse una vida común, da al pueblo una parte de su privilegio divino, lo tratará como un hijo.
El festín mesiánico del reino

En el AT. encontramos dos líneas que corresponden ala fenomenología de todas las religiones con respecto al banquete sagrado: comer ante Dios, en presencia de Dios y comer al Dios o del Dios. Si bien esta última aparece más velada, simbolizada en el comer la sabiduría que personifica a Dios, o comer la palabra de Dios. De todos modos las dos expresan un mismo concepto fundamental, de comunión con Dios.
- Como ejemplo de la primera línea podemos citar Ex 24.7-11, donde Moisés y los ancianos de Israel celebran un banquete de comunión como culminación de la alianza que se ha sellado entre Dios y el pueblo, y esto es en la presencia del mismo Dios.
-          La segunda línea la vemos en dos textos de la literatura sapiencial que presenta ala sabiduría., que es rasgo fundamental de Dios, como personificada., y así se ofrece para ser comida: Eclo 24,17-21 y Prov. 9, 1-5. También se habla de comer la palabra de Dios, en Ez 2,8-3,4, texto que resuena en el NT., en Ap 10,8-10.
En la línea más específicamente histórico-salvífica., el A T nos presenta el Reino de Dios, donde:
·         De modo negativo: se alcanzará la liberación de toda esclavitud, de toda enfermedad, división injusticia, guerra, de toda limitación;
·         de modo positivo: El Reino es libertad, justicia., paz., abundancia, salud, unidad, armonía cósmica., como don que brota de una comunión plena con Dios., hasta llegar a una fiesta que no termina.
TEXTOS: Is 24,21-23; 33,20-24; 52,7-10; Ez 20,33.38-41; Miq 2,12-13; 4,1-8; Sof 3,14-15.20; Zac 14,1.6-9.14-16.

Pero el Reino se concentra en la promesa Mesiánica, a través de la promesa a David y su descendencia. El Mesías, como síntesis, traerá el Espíritu, la fuerza divina., como fuente profunda de sabiduría, justicia, eliminación de la pobreza, reconciliación, unidad, paz. Llega un tiempo de abundancia y de paz. desaparece el hambre.

TEXTOS: Is, 11,1-16; 61,1-2; 55,1-4; 42,1-3; Jer 23,5-8; Ez 34,23-31; 37,22-26; Am 9,11-14.
Por eso el banquete mesiánico será un símbolo de esta presencia salvadora, con un sentido a la vez escatológico: Cf. Is 25,6.8-10, y Jer 31,10-14.
Por último podemos citar una grupo de textos de la tradición deuteronomista que presentan los sacrificio de comunión, con un sentido social que hoy tiene toda actualidad: De lo que se sacrifica a Dios una parte se reserva para un banquete de comunión, al cual se invitará al levita, al emigrante, al huérfano ya la viuda para que estos pobres participen de la comida. La comida religiosa se "historiza", como signo de reconciliación con los discriminados y excluidos.
b)     La eucaristía en el testimonio bíblico:
La comida comunitaria con Jesús como señal del reino de Dios escatológico
La institución de un banquete sacramental como memorial de la última cena de Jesús con sus discípulos antes de su pasión concuerda con el rasgo esencial de su misión de anunciar el reino de Dios y de convertirlo en realidad en el destino de su persona. Entre las acciones significantes en que acontece el reino de Dios se encuentran la curación de enfermos, la expulsión de los poderes malignos del pecado y de la muerte y las comidas de Jesús con los pobres, los pecadores y los marginados (cf. Mc 2,16.19). Anticipaba así el banquete nupcial escatológico (Mt 8,11; 22,1-14; 25,1-3; cf. Is 25,6; 65,13; Ap 19,9).
La comida milagrosa de varios miles de personas debe entenderse como paralelismo que supera la comida del pueblo de Dios en el desierto con el maná que Dios hizo descender del cielo (Mc 6,31-44; 8,1-10; Mt 14,14-21; 15,32-39; Lc 9,10- 17). Mediante esta acción, Jesús demuestra ser el nuevo Moisés. Es el mediador de la alianza nueva, «el profeta que vendrá al mundo» (cf. Jn 6,14.32; Dt 18,15.18).
No puede desligarse esta práxis del reino de Dios del destino de la persona de Jesús. Su suerte está asociada a la fe o la incredulidad, ala aceptación o el rechazo mortal de su misión. Con su entrega obediente hasta la muerte en cruz responde vicariamente por los destinatarios del reino de Dios. La cruz de Jesús se convierte así en señal poderosa del amor victorioso de Dios a los pecadores y de la apertura de un nuevo espacio vital para los hombres en el reino por venir. En la última cena, en la que alcanzan su plenitud las restantes celebraciones y señales del reino de Dios, el mismo Jesús explica la conexión interna entre su singular comunión con el Padre (relación Abba) y su misión como mediador de este reino.
La última cena y la fundación de la alianza escatológica por Jesús
La eucaristía eclesial tiene un inequívoco punto de referencia histórico en la celebración de la última cena de Jesús con sus discípulos. Han llegado hasta nosotros cuatro relatos del suceso. Está, por un lado, la forma tradicional y textual paulino-lucana; 1Cor 11,23-26; Lc 22,15-20 y, por otro lado, el texto de las redacciones de Marcos y Mateo; Mc 14,22-25; Mt 26,26-29. A ellos debe añadirse el discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún, que desarrolla cristológicamente el misterio de la eucaristía (Jn 6,22-71).
El banquete sacramental conmemorativo instituido por Jesús la víspera de su muerte fue inicialmente denominado «cena del Señor» (1Cor 11,20), «mesa del Señor (1Cor 10,21) o «fracción del pan» (1Cor 10,16; Hch. 2,42; 20,11). En la época post-apostólica pasó muy pronto a utilizarse, como concepto especializado, el término «eucaristía» (= acción de gracias; (Didajé; Ignacio de Antioquía, Ef 13,1; Justino. En el espacio latino parlante se generalizó el uso del vocablo missa, tomado de la fórmula de despedida ite, missa est).
Aunque no es posible reconstruir el texto literal exacto de las decisivas palabras explicativas de Jesús acerca del pan y el vino (debe tenerse en cuenta que los relatos de los evangelios llevan ya la marca de la práctica litúrgica de las comunidades), sí se puede, en cambio, conocer su genuina intención.
La forma tradicional literaria más antigua, transmitida y testificada por Pablo, insinúa, por el colorido del lenguaje, un origen palestino, lo que permite rastrear la forma textual de esta tradición hasta el año 40 d.C. Todas sus fuentes concuerdan en que, antes de entregarse a la muerte, Jesús celebró una cena de despedida con sus discípulos. Al igual que los patriarcas y los mensajeros de Dios, según las concepciones del judaísmo tardío (cf. Gen 27: despedida de Isaac), recapitula aquí Jesús la obra de su vida y se vuelve, bendiciéndolos, a sus discípulos. La bendición es su testamento y la herencia que les deja. Es un testamento válido para el futuro. La cena de despedida revela algunos puntos de conexión con la celebración del banquete de Pascua: tiene lugar el día anterior a la fiesta pascual y toma de ella algunos de sus aspectos básicos. Pero dentro de esta comida instituye Jesús algo absolutamente nuevo, al dar al rito de apertura y al de conclusión un nuevo sentido.

 La fórmula de bendición habitual (= eulogia) del jefe de la casa, con la distribución (= fracción) del pan, da ocasión para una oración de agradecimiento de Jesús que le revela como el mediador de la nueva alianza. Toma el pan en sus manos y lo da a sus discípulos como «su cuerpo», que entrega por ellos y por la salvación de los hombres.

 Acabada la cena, toma la copa de la bendición, pronuncia sobre ella la oración de acción de gracias, la entrega a los discípulos como «su sangre» que será derramada «por los muchos» (los muchos del pueblo respecto al único mediador, es decir, por todos) y funda una alianza nueva (cf. Ex 24,8), en cuanto que en el pan y el vino que les da hace presente su entrega en la cruz, su cuerpo entregado y su sangre derramada.
El proceso de formación de la forma básica de la eucaristía en la primitiva Iglesia
El mandato de Jesús «haced esto en mi memoria», transmitido por Pablo y Lucas, no significa que los discípulos deban repetir la última cena en cuanto tal. Como comida de despedida es irrepetible. Lo que debe hacerse en memoria de Jesús se refiere a las dos acciones eucarísticas por él prefiguradas con la entrega del pan y el vino como señales de la entrega vicaria de su vida para la consumación del reino de Dios.
En fechas tempranas, la secuencia: palabras eucarísticas sobre el pan -celebración de la cena-, palabras eucarísticas sobre la copa, fue sustituida por una secuencia nueva: primero una comida comunitaria (ágape), seguida de la doble acción litúrgica. La celebración en su conjunto todavía tiene en Pablo la denominación de cena del Señor. Pero también se podían llevar a cabo las celebraciones eucarísticas estrictas, sin el precedente banquete comunitario. Este banquete estaba asociado a la doble acción eucarística sobre todo los domingos (1Cor 16,2; Hch. 20,7; cf. Ap 1,10).
 En aquella ocasión se anunciaba el evangelio (presentado a partir de las «Memorias» de los apóstoles) y se oraba en común para fortalecer la comunión (Hch. 2,42). Ya el relato pascual de los discípulos de Emaús insinúa la conexión interna entre la explicación de las Escrituras y la fracción del pan (Lc 24,25-32). Además, se cantaban salmos, himnos y cantos espirituales (Ef 5,19).
En la visita de despedida de Pablo a Tróade se reunieron los cristianos el primer día de la semana (= el domingo). Tras un largo discurso de Pablo, «partió el pan con ellos» (Hch. 20,7-12).
Ante los posibles abusos con ocasión de las comidas comunitarias (consumición de vino, discriminación de los pobres que no podían aportar nada), se tomó, al fin, la decisión de establecer una clara separación entre la comida y la eucaristía en sentido estricto (cf. 1Cor 11,20). La eucaristía se celebraba en las primeras horas del día, porque Cristo resucitó en la mañana de Pascua.

A mediados del siglo II, Justino Mártir testifica la estructura litúrgica y la comprensión de la fe de la eucaristía: «El día llamado domingo, se reúnen todos... Se leen las memorias de los apóstoles o los escritos de los profetas... Cuando el lector concluye, el presidente pronuncia un discurso, en el que exhorta e incita a imitar todos estos bienes... A continuación nos ponemos en pie y elevamos oraciones (súplicas). Una vez acabada la oración, nos saludamos los unos a los otros con el saludo de la paz. Luego se lleva al presidente de los hermanos pan y una copa de vino.

Él los toma, dirige alabanzas y glorificaciones al Padre de todas las cosas por medio del nombre de su Hijo y del Espíritu Santo y pronuncia una larga acción de gracias (eucaristía) para que seamos dignos de estos dones. Cuando han finalizado las súplicas y la solemne oración de acción de gracias, todo el pueblo muestra su asentimiento con el Amén... Tras la acción de gracias del presidente y el asentimiento de todo el pueblo, los... diáconos... dan a cada uno de los presentes el pan, el vino y el agua bendecidos y lo llevan también a los ausentes.

A este alimento lo llamamos eucaristia. Sólo pueden compartirlo quienes tienen por verdadera nuestra doctrina, han recibido el baño para la remisión de los pecados y la regeneración y viven según las instrucciones de Cristo. Porque no tomamos estas cosas como pan ordinario y como acción de gracias usual, sino que del mismo modo que Jesucristo, nuestro redentor hecho carne por la Palabra de Dios, ha tomado carne y sangre para nuestra salvación, así también -tal como se nos ha enseñado- el alimento -consagrado por una oración de acción de gracias que procede de él mismo- con el que es alimentada nuestra carne y nuestra sangre mediante la conversión, es carne y sangre de este Jesús encarnado. Porque los apóstoles, en las memorias por ellos escritas que se llaman evangelios, han transmitido... que Jesús tomó el pan, dio las gracias y dijo: "Haced esto en mi memoria, esto es mi cuerpo"; y de igual modo, tomó la copa, dio gracias y dijo: "Esto es mi sangre"».

El II concilio Vaticano resume acertadamente: «Las dos partes de que consta la misa, a saber, la liturgia de la palabra y la eucaristía, están tan íntimamente unidas que constituyen un solo acto de culto» (SC 56).

Principales textos del NT.
Son cuatro los textos básicos en el NT. en donde aparece la institución de la eucaristía en la última Cena. Ellos son: Mt. 26, 26-29; Mc. 14, 22-25; Lc. 22, 15-20; y 1Cor. 11, 23-26.
·         Renovación litúrgica y convergencia ecuménica:
La práctica y la teología eucarísticas del siglo XX han estado marcadas en el campo católico especialmente por estos factores: el papa Pío X (1903-1914) abogó por la comunión frecuente «Y diaria, a ser posible». El movimiento litúrgico redescubrió la importancia de los signos y especialmente el carácter de banquete de la Misa. El concilio Vaticano II (1962-1965) superó el concepto reducido de la presencia real al hablar de la presencia de Cristo no tan sólo en el pan y el vino sino también en los demás sacramentos, en la palabra de la predicación y (con una referencia explícita a Mt 18,20) en la comunidad congregada (cf. SC 7). E introdujo ciertas reformas con vistas a una «participación plena y activa de todo el pueblo (totus populi plena et actuosa participatio) (SC 14; cf. 19, 41, 48, 50).
El propio concilio dio paso, entre otras cosas, a la lengua vernácula (aunque al principio con ciertas limitaciones y cautelas) (SC 36, 54) y al cáliz de los seglares (SC 55). Después del concilio las reformas ampliaron el uso posible de las lenguas vernáculas a toda la liturgia y condujeron a la recitación en voz alta del canon, de modo que (¡cuatro siglos después de la reclamación de los reformadores protestantes!) volvió a hacerse patente el carácter de predicación de la eucaristía, mientras que la posición del sacerdote respecto de la asamblea y la nueva configuración de la mesa del altar permitieron reconocer de nuevo la forma cristiana primitiva de comunión convival. En la práctica creciente de reunirse ocasionalmente en pequeños grupos para celebrar la eucaristía van surgiendo las experiencias correspondientes.
Dentro del protestantismo europeo se dio una aproximación de contenidos con las tesis de Arnoldshain (1957) y con la concordia de Leuenberg (1973) se estableció oficialmente (por primera vez desde la reforma protestante) la comunión de la cena entre las Iglesias evangélicas. Entre la Iglesia romano-católica y las demás Iglesias cristianas el diálogo sobre la eucaristía en el plano eclesiástico oficial se abrió con el documento (publicado en 1978 por la comisión mixta romano-católica-evangélico-luterana) sobre la cena del Señor, con la declaración de convergencia (firmada en Lima en 1982) de la comisión para la fe y la constitución de la Iglesia del Consejo Ecuménico de las Iglesias (la Iglesia romano-católica pasó a ser miembro de pleno derecho de dicha comisión en 1968), y con el estudio Lehrverurteilungen-kirchentrennend? (elaborado por encargo de la comisión ecuménica mixta y publicado en 1986).
La renovación litúrgica y el diálogo ecuménico también se han dejado sentir en la teología católica reciente. Las innovaciones partieron, antes de que alcanzasen a la teología dogmática, ante todo de la reflexión sobre nuevas experiencias litúrgicas (Romano Guardini [muerto en el 1968], Joseph Pascher [muerto en el 1979]), apoyada en los estudios histórico-litúrgicos y sobre todo patrísticos (Odo Casel [muerto en el 1948], Joseph Andreas Jungmann [muerto en el 1975] y hallaron acceso a la teología sistemática con ayuda de la hermenéutica, que se desarrolló sobre todo en la exégesis bíblica y en la historia de las religiones.
En cuanto al contenido, se insistía ahora especialmente en el carácter convival, en la función de anamnesis o conmemoración y en la importancia teológica de la palabra, ala vez que se reelaboraba el concepto de sacrificio. Las reflexiones hermenéuticas contribuyen a sacar a luz los distintos supuestos mentales y a reclasificar las posiciones que hasta ahora se habían tenido por opuestas.
Eso hace posible, por ejemplo, hablar de distintas «formas doctrinales» y de «planteamientos teóricos» diferentes a propósito de la controversia de la presencia real, que dominó todo el período de la reforma protestante: «Las tres formas doctrinales -Tomás de Aquino, Lutero, Calvino- intentaban exponer el misterio de la presencia de Cristo de la eucaristía, aunque con diferentes planteamientos teóricos, que en las condiciones del siglo XVI ciertamente no podían conciliarse».
Estructuralmente la teología actual se ha liberado de la división neoescolástica de la doctrina de la eucaristía en tres tratados (presencia real, sacramento y sacrificio) en pro de una perspectiva unitaria, ganando así la posibilidad de ensamblar entre sí los dos aspectos de "sacrificios" y "presencia real" y de interpretarlos desde el hecho convival y sacramental ("la muerte del Señor se hace presente en el sacramento como banquete").
a)      La primera y la segunda controversia de la cena en la Alta Edad Media: La disputa librada entre Pascasio Radberto (muerto en 851 o 860) y Ratramno (muerto en 868), monje de la abadía de Corbie, sobre si debe darse a la presencia de Cristo en la eucaristía una interpretación realista o si ha de entenderse más bien en un sentido simbólico sólo puede entenderse sobre el trasfondo de un cambio en la ontología.
Los Padres de la Iglesia pudieron exponer la diferencia y la unidad de la res sacramenti y el sacramentum tantum (signum) recurriendo al esquema platónico de «el modelo y la copia» ya la idea de la participación. Pero la intelección germánica de la realidad plantea las cosas de otra manera: es real lo materialmente manejable, mientras que lo espiritual posee una menor densidad de realidad. Frente ala afirmación de una identidad real del cuerpo histórico de Jesús y su cuerpo sacramental (basada en una transformación de los elementos que pasan a convertirse en figurae corporis Christi), Ratramno acentuaba enérgicamente la diferencia de las modalidades de la presencia: sólo el cuerpo histórico de Jesús tiene verdaderamente (in veritate) carne y sangre real. En los dones eucarísticos, por el contrario, opinaba que la veritas está sólo in figura, imagine vel symbolo. En la mutación o transformación, la virtus divina une los elementos naturales con el cuerpo y la sangre del Señor histórico y glorificado. Los dones eucarísticos hacen presente su realidad humana, pero no se modificaría en nada la substancia óntica de los elementos.
A esta concepción de la eucaristía, conocida como simbolismo, oponían los realistas que, de ser así, Cristo no estaría presente en la eucaristía en verdad (in veritate) sino «sólo» simbólicamente (in signo seu sacramento). Se advierte, pues, que aquí el concepto de símbolo quedaba tan desdibujado que sólo se le podía aplicar en el sentido de sustitución vicaria, pero no en el de presencia real de Cristo.
Esta tensión entre el realismo y el simbolismo estalló con gran virulencia en la segunda disputa sobre la cena (siglo XI). Ocupó el primer plano en el Curso de los debates el agudo dialéctico y racionalista Berengario de Tours (muerto en 1088). Recurriendo a la terminología agustiniana, destacaba que la res sacramenti son el cuerpo y la sangre de Cristo, pero que éstos no están contenidos en el signo mismo, en el sacramentum tantum. Los signos sacramentales serían tan sólo el medio externo para la recepción espiritual del contenido de este sacramento en la fe. Por tanto, no es el signo sacramental en sí mismo el que nos une con el Jesús histórico y el Señor exaltado en el cielo sino, hablando con propiedad, la fe subjetiva. No se da ninguna unión intrínseca entre el cuerpo histórico de Cristo y su cuerpo sacramental. Esta unión sólo acontece en la conciencia del creyente. No hay unión entre el don sacramental y el signo sacramental.

La Eucaristía comunión, acción de gracias y memoria
Rasgos fundamentales de la teología eucarística
Sobre el telón de fondo de los datos bíblicos y de la historia de los dogmas, y desde la perspectiva de las recientes experiencias litúrgicas y del diálogo ecuménico, cabe una descripción del sacramento de la eucaristía en los términos siguientes: en el signo de la comunión convival la comunidad celebra agradecida la memoria de la historia salvífica, la venida de Jesucristo, que por medio del Espíritu Santo se da a sí mismo en pan y vino, hace que los congregados tengan parte en la entrega de su vida y convierte la celebración en augurio de la consumación final.
a)      La comunión convival: El rasgo fundamental de este sacramento es la comunión convival o el banquete compartido: se distribuyen el pan y el vino, se pronuncia la palabra explicativa de Jesús en su última cena y se invita: «Tomad, comed,... bebed!» (Mt 26,26s). La eucaristía cristiana, la «cena del Señor» (1Cor 11,20), se funda en el convite israelita, que une a los participantes entre sí y con Dios, en las comidas de los discípulos de Jesús, que eran signos realizadores de su invitación al reino de Dios y a su proexistencia (su existencia en favor de los demás), en la última cena de Jesús en la cual su proexistencia alcanzó su entrega suprema frente a la muerte que ya se cernía sobre él, y en la experiencia de su resurrección y de su nueva venida, que se les comunicó a los discípulos «al partir el paro) (Lc 24, 35).
El banquete fue siempre signo de alianza, desde la que se estipuló en el Sinaí hasta la congregación de la comunidad en la experiencia pascual: la alianza de Dios con los hombres se realiza en la unión de los hombres entre sí. En la comida y bebida en común se recibe la vida y se celebra la alianza que hace posible esa vida.
Con ello la eucaristía se convierte en imagen y ,centro de la fe cristiana: en el encuentro interhumano se hace encontradizo Dios. El punto culminante de esta atención divina se alcanza en su autocomunicación en Jesucristo; su consecuencia ética es la unidad de amor a Dios y al prójimo, y su representación simbólica es el común y compartido banquete eucarístico.
Esta visión, que la teología reciente ha recuperado, tiene consecuencias para la práctica. Para la liturgia se deriva la exigencia de que, para que el signo sea completo, se requiere que cuantos participan en la eucaristía coman y beban. (El que algunos puedan tener motivos para no participar plenamente y que tales motivos hayan de respetarse se condice perfectamente con esta visión; sólo que una reflexión sistemática tiene que partir de la forma plena de la eucaristía.) y una pauta importante para la critica y la reforma es la cuestión de si la estructura de la celebración litúrgica fomenta o impide la comunión.
Por lo que hace a la acción social. el signo del banquete compartido representa una exigencia.
 De cara a la sima abierta dentro de la Iglesia, ya escala internacional, entre pobres y ricos, eso significa que «no debemos permitir... que la vida eclesiástica en el mundo occidental dé cada vez más la impresión de una religión del bienestar y de la saturación, y que en otras regiones del mundo aparezca como una religión popular de los desgraciados, cuya falta de pan los excluye literalmente de nuestra común mesa eucarística» (Sínodo de los obispos alemanes). Y, de cara a las comunes relaciones sociales en la vida social, económica y Política: «Como Participantes de la eucaristía nos mostramos... indignos si no participamos activamente en el restablecimiento constante de la situación del mundo y de las condiciones de vida humanas».
b)      Acción de gracias (eukharistia): El aspecto de la recepción se acerca al aspecto de la comunión. En el comer y beber experimenta el hombre su necesidad de que la vida se le otorgue de continuo. De ahí que el banquete sea también un lugar clásico de la acción de gracias. y así figura también en el centro de la celebración eucarística la gran oración de acción de gracias que es el canon de la Misa. Se dan gracias por los dones del pan y del vino, y también por toda la historia de Dios Con su pueblo, que se representa y se expresa en este convite.
La acción de gracias (en griego eukharistia) es (como la berakah, la alabanza agradecida en el banquete judío) un elemento esencial de la fracción del pan neotestamentaria; se encuentra en los cuatro relatos de la institución (Mc 14,23 y par; 1Cor 11,24) y en varios pasajes del Nuevo Testamento que aluden a la eucaristía (Mc 8,6 y par; Jn 6,11; Lc 24,30; Hch. 27,35). Hacia el año 100 de la era cristiana, «eucaristía» pasó a ser la designación constante de la celebración litúrgica.
Así las cosas, si el banquete del Señor es una eucaristía, significa: el acto fundamental de los celebrantes es una recepción agradecida, el abandonarse a un movimiento que viene de Dios.
El hecho de que la teología católica actual ponga un renovado énfasis en el carácter de acción de gracias (lentamente la redescubierta designación de «eucaristía» de la Iglesia antigua va sustituyendo a las expresiones «Misa» y «sacrificio de la Misa») contribuye también a dar mayor vigencia a un rasgo fundamental de la teología de los reformadores; la cena es «un don de Dios que ha de recibirse con acción de gracias» (J. Calvino). La eucaristía como recepción agradecida es también un signo de la estructura fundamental del trato cristiano con la creación, que no consiste en conquistar el mundo desgarrándolo, ni en remodelarlo partiendo en cierto modo desde cero, sino en aceptar una realidad previa y en admitir las leyes que impone. O, dicho con otras palabras y atendiendo más a la problemática ecológica actual: el uso cristiano del mundo creado no es una «apropiación devastadora, sino que permita existir).
c)      Memoria (anamnesis): En el centro del canon la acción de gracias se transforma en una narración, en el relato de la última cena. Lo que se cuenta con palabras se representa al mismo tiempo con gestos (ligeramente indicativos), que la comunidad percibe y hace suyos: «Proclamamos, oh Señor, tu muerte...» (canon eucarístico). El relato es acción de gracias y proclamación a la vez. Tal es la estructura fundamental de la anamnesis: recuerdo agradecido y actualizador.
Todo recuerdo humano mete el pasado en el presente. Así, en tiempos de opresión el relato de los días de libertad puede convertirse en un recuerdo transformante, y el recuerdo de los comienzos de un amor puede traer al presente esos comienzos y reanimar la vieja relación.
El recuerdo exaltante (zikkaron, anamnesis, memoria) de las proezas de Dios en la historia es, además, una concienciación realizadora de la acción salvífica de eficacia duradera por parte de Dios y una entrada en la realidad relacional, ofertada por él en la historia (también a nosotros); así como en la fiesta judía de Pesaj la salida de la esclavitud y del país extranjero se convierte en la realidad de quienes hoy la celebran, así también en la eucaristía la historia «recordada se hace presente; la última cena de Jesús y la generosidad de Dios para con su pueblo desde la salida de Egipto hasta la resurrección y exaltación de Jesús, realizada históricamente y compendiada de una manera simbólica en esa cena del Señor.
Dado que en la anamnesis se funden mutuamente el «entonces» y el «hoy», también la celebración de la eucaristía es un encuentro real con Jesucristo y su historia. «Cristo, con todo lo que ha llevado a cabo por nosotros y por la creación entera (en su encarnación, humillación, ser- vicio, instrucción, pasión, sacrificio, resurrección y ascensión al cielo y con el envío del Espíritu), está personalmente presente en esta "anamnesis" y nos otorga la comunión consigo» (Lima).
El carácter de la anamnesis de la eucaristía apunta a la referencia histórica de la fe cristiana. La celebración de los cristianos no solemniza (al menos no en exclusiva) el eterno retorno de lo mismo, sino la autocomunicación de Dios realizada en la historia, y esto no como simple recuerdo sino como realización presente de lo iniciado en la historia. De ahí que en la predicación desempeñe la tradición un papel irrenunciable (cf. 1Cor 11,23; 15,3).

Presencia real de Cristo en los signos eucarísticos
El mismo Jesús identifica el pan y el vino con su cuerpo y su sangre: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el último día. Pues mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Lo mismo que el Padre que me envió vive, y yo vivo por el Padre, así el que me come, también él vivirá por mí» (Jn 6,54-57).
Por presencia de una persona se entiende: 1) su presencia en mi conciencia, cuando la recuerdo subjetivamente, es decir, cuando activo conscientemente una imagen o una figura cognitiva sensible que tengo almacenada en la memoria; 2) cuando un cuadro o una foto me suscitan su recuerdo; 3) cuando alguien penetra, Con su Corporeidad natural, en el campo de mis percepciones, de mi experiencia sensible actual. Pero una persona puede también hacérseme presente en su corporeidad a través de elementos y signos sensibles que ella ha vinculado a esta corporeidad y por medio de los cuales se me hace de tal modo presente que puedo entablar una comunicación con ella.
En el caso -sin ninguna analogía con otros eventos- de la presencia real eucarística, se produce una unión y una diferenciación incomparable de pan y cuerpo de Cristo, de suerte que mediante este signo sensiblemente perceptible Cristo es conocido en sí mismo y se hace personalmente comunicable en la fe. Al mismo tiempo, se mantiene también la diferencia entre el signo sacramental y el contenido, en cuanto que el pan no es un elemento físico constitutivo del cuerpo natural, histórico y glorificado de Jesús. Nos hallamos aquí ante el caso singular de una presencia real sacramental anamnética. Constituirla es algo exclusivamente reservado a Dios.
Tiene una racionalidad interna, porque por un lado se inserta en la corriente de la venida histórico-salvífica de Dios al mundo en la encarnación y, por otro, responde a la naturaleza corpórea y social del hombre, que es el destinatario de la revelación. Por tanto, la fe en la presencia real no es el resultado de una interpretación meramente filológica de las palabras explicativas de Jesús o de un sometimiento positivista a la autoridad de Cristo.
En su redacción aramea, y desde el punto de vista gramatical, no figura el «es». No obstante, la traducción griega «Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros» es objetivamente correcta, porque Jesús, al hablar, se está refiriendo al pan que tiene en sus manos y lo identifica con su cuerpo.
Se trata de una comunión vivificante con Jesús, el mediador de . la nueva alianza que, en virtud de su autoentrega en la cruz, instituye esta alianza con su propia sangre y se gana a la Iglesia como nuevo pueblo de la alianza. En la eucaristía no come el creyente partes físicas del cuerpo de Jesús, sino que en las especies del pan y del vino consagrados comulga con la humanidad de Jesús, con su misión y con su destino en la cruz y la resurrección.

Dado que la humanidad de Jesús es símbolo real de la comunicación humano-divina, puede entenderse la eucaristía, en cuanto suprema condensación de este acontecimiento, como el símbolo real de aquella comunicación: como comunión con el Dios trino, que es vida eterna para el hombre. Quien recibe el cuerpo de Cristo es amigo de Dios (Jn 15,15; 17,3.22-26).


Eucaristía en el Derecho Canónico
DEL MINISTRO DE LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA
900 § 1.    Sólo el sacerdote válidamente ordenado es ministro capaz de confeccionar el sacramento de la Eucaristía, actuando en la persona de Cristo.
910 § 1.    Son ministros ordinarios de la sagrada comunión el obispo, el presbítero y el diácono.
 § 2.    Es ministro extraordinario de la sagrada comunión el acólito, o también otro fiel designado según el c. 230 § 3.
911 § 1.    Tienen obligación y derecho a llevar la santísima Eucaristía a los enfermos como Viático, el párroco y los vicarios parroquiales, los capellanes y el Superior de la comunidad en los institutos religiosos o sociedades de vida apostólica clericales respecto a todos los que están en la casa.
914 Los padres en primer lugar, y quienes hacen sus veces, así como también el párroco, tienen obligación de procurar que los niños que han llegado al uso de razón se preparen convenientemente y se nutran cuanto antes, previa confesión sacramental, con este alimento divino; corresponde también al párroco vigilar para que no reciban la santísima Eucaristía los niños que aún no hayan llegado al uso de razón, o a los que no juzgue suficientemente dispuestos.
937 La iglesia en la que está reservada la santísima Eucaristía debe quedar abierta a los fieles, por lo menos algunas horas al día, a no ser que obste una razón grave, para que puedan hacer oración ante el santísimo Sacramento.


Bibliografía:
•          Aldazabal, José:       La Eucaristía. Centro de Pastoral Litúrgica. Salamanca. 1999.
•          Aleixandre, Dolores. En torno a la mesa.
•          Borobio, Dionisio: La Celebración en la Iglesia. Tomo II. Sacramentos. Ediciones Sígueme. Salamanca. 1990.
•          Fernández, Víctor. Encuentros con la Eucaristía. Escándalo y locura. Paulinas. 1998.
•          Grüm, Ansel. Sacramento de la Eucaristía.
•          Nowen, Henri. Puedes beber de este cáliz.
•          Nowen, Henri. Con el corazón en ascuas. Editorial Sal Terrae. 1996
•          Sacramentum Caritatis. Sobre la Eucaristía fuente y culmen de la vida y de la misión de la iglesia. Benedicto XVI. Exhortación Apostólica Posrsinodal.2007.
•          Ecclesia de Eucharistia. Juan Pablo II. Sobre la Eucaristía en su relación con la Iglesia. 2003.
•          Name Nobiscum Domine. Juan Pablo II. Para el año de la Eucaristía. 2004-2005.
•          Denles ustedes de comer. Conferencia Episcopal Argentina. 2004.
•          Redemptionis Sacramentum. Congregación para el culto Divino y la disciplina de los sacramentos.  2004.
•          Triviño, Ma Victoria. Pan y Hermosura. Ed. Paulinas. 1992.



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