Segundo punto : La conciencia y el discernimiento.
El discernimiento
“El discernimiento es una tarea permanente de todo
hombre en toda situación.”(1)
Es el juicio a través del cual percibimos y declaramos
la diferencia que existe entre varias cosas.
El discernimiento implica tener un
criterio, normas que consideramos como autoridad moral en nuestras vidas y nos
permitirán conocer el valor o la inconveniencia de las cosas o situaciones en
la que podamos encontrarnos.
Al estar llamados por Dios a su propia bienaventuranza
(o sea a la felicidad)–llamado que se dirige a cada uno de nosotros
personalmente pero también a toda la Iglesia- nos daremos cuenta que la
bienaventuranza del cielo determinará los criterios de
discernimiento en el uso de los bienes terrenos, en conformidad a la
Ley de Dios.
“El amor crece en el conocimiento perfecto y
en el discernimiento” . (2)
La dignidad que tenemos por ser personas, se une a la
rectitud de nuestra conciencia moral que comprende cuáles son los principios
morales y como los aplicamos a las circunstancias concretas.
A través de un discernimiento práctico de
las razones y de los bienes y el juicio formado sobre los actos concretos que
se van a realizar o se han realizado, la razón y la prudencia actuarán
en conjunto para llevarnos a elegir conforme al dictamen o juicio
realizado.
El libro de los Proverbios nos dirá:
“prestando atención a la sabiduría y abriendo
tu mente a la prudencia; si invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia;
si la buscas como al dinero y la rastreas como a un tesoro, entonces
comprenderás el temor de Yahveh y encontrarás el conocimiento de Dios. Porque
es Yahveh quien da la sabiduría y de su boca brotan el saber y la prudencia
(….) Pues la sabiduría penetrará en tu mente y el saber se te hará atractivo;
la reflexión cuidará de ti y la prudencia te protegerá para apartarte del mal
camino” Prov 2, 2-6; 10-11
Para que podamos elegir convenientemente y obrar en
consecuencia, necesitamos el auxilio del Espíritu Santo que nos ayudará a discernir ante
la prueba. (3)
La
conciencia
La
conciencia es una categoría central en la moral y no podemos hablar de ética o
moral sin hablar de conciencia.
Esto
es igual para lo cristiano o para lo no cristiano.
En
la conciencia actúa el conocimiento del hombre de una manera inteligente y
práctica, ya que capta el deber que tiene que realizar del cual se conoce
responsable, por eso el conocimiento de la conciencia no deja al hombre
impasible. (4)
(1) Josep Vives, Principio y fundamento del
discernimiento cristiano, material formación jesuita en PDF . p 1
(2) Josep Vives, op. cit. p 6
(3) Cf. CEC 1780; 2690
(4) Cf. José M. Sayés, Teología moral fundamental, pp
323-325
Dice
Gaudium et Spes 16:
“En lo más profundo de su conciencia descubre el
hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual
debe obedecer y, cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su
corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el
mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios
en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual
será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario
del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el
recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a
conocer esa ley, cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo.
La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para
buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se
presentan al individuo y a la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la
recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades
para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad. No rara
vez, sin embargo, ocurre que yerre la conciencia por ignorancia invencible, sin
que ello suponga la pérdida de la dignidad. Cosa que no puede afirmarse cuando el
hombre se despreocupa de buscar la verdad y el bien, y la conciencia se va
progresivamente entenebreciendo por el hábito del pecado”
La
encíclica Veritatis Splendor presenta la conciencia como
“acto de la inteligencia de la persona, que
debe aplicar el conocimiento universal del bien en una determinada situación y
expresar así un juicio sobre la conducta recta que hay que elegir aquí y ahora”
(Cf. VS 32)
La formación de la conciencia
En
su punto 1783 el Catecismo de la Iglesia Católica nos dirá que
es necesario formar la conciencia y esclarecer el juicio moral, ya que una
conciencia bien formada será recta y veraz.
La
conciencia formada formulará sus juicios según la razón orientada al bien
verdadero querido por Dios.
Resaltará
que la educación de la conciencia es indispensable a las personas, ya que
estamos sometidos a influencias negativas y tentados a inclinarnos
hacia nuestros propios juicios rechazando las enseñanzas autorizadas.
Para
esto es necesario conocer las etapas morales por las que atravesamos las
personas.
Las
personas y las culturas vamos dando pasos graduales hasta alcanzar una
conciencia seria y responsable.
Fijémonos en estos niveles de conciencia:
Un niño responderá a lo que se entiende comúnmente por
bien o mal, porque sus actos tendrán un premio o un castigo, o provocarán
placer o disgusto en los mayores o en quienes imponen la norma de conducta. En
este caso la conciencia no depende de una norma, sino de un resultado objetivo
y de un interés. Educar la conciencia, supone ir
abandonando esta etapa.
En otro nivel, consideramos valioso responder a las
expectativas de la familia o de nuestro grupo de amigos, pretendiendo a veces
conseguir o conservar la imagen de persona aceptada por el grupo.
Educar la conciencia requiere un esfuerzo por
personalizar los valores y reforzar el valor de la intención que comienza a
aparecer de a poco. El niño
es capaz de distinguir el mal objetivo que ha realizado de la intención que le
movía a actuar.
Otro nivel es aquel que logramos cuando vamos desarrollando, –ya
en nuestra etapa adolescente o juvenil- un esfuerzo por definir unos valores y
principios morales válidos y aplicables independientes de la autoridad de los
grupos o personas que los
apoyan. Aquí
la conciencia personal se maneja por sí misma y se guía por sus
opciones fundamentales.
Educar la conciencia significa orientar al hombre
hacia ser responsables para actuar con independencia de
la ventaja o la pérdida, de la crítica o el aplauso.
Este esquema , muy reducido, solo tiene la intención
de iluminar este proceso de maduración de la conciencia, teniendo en cuenta de que
no siempre la edad cronológica de las personas coincide con la ética de la
maduración de su conciencia.
Por otro lado, no siempre el camino es
ascendente, porque si bien hay progresos morales, existe siempre el riesgo
de un regreso moral.
Es conveniente tener en cuenta que a lo largo del
itinerario de evolución de la conciencia la persona avanza –a veces- como
dividida interiormente, porque asume algunos valores que pueden colocarlo en la
última etapa, mientras en el descubrimiento y realización de otros valores
puede hallarse al inicio.
Este esquema también puede aplicarse a los grupos
sociales y culturas que se diferencian por la etapa de la conciencia que
privilegian y promueven.
El
ejercicio de la conciencia moral, es, a la vez, don y tarea.
Gracia que hay que pedir a Dios como uno de los dones
más preciados de su Espíritu y tarea que es preciso emprender individual y
comunitariamente para que nada ni nadie pueda separarnos del amor de Cristo
(Rom 8,35)
Punto 2, segunda parte
La conciencia en las Sagradas Escrituras
En el AT no aparece el término conciencia sino términos
equivalentes como el de leb (corazón).
Leb, indica:
· Corazón
como órgano corporal: 1Sam 25,37ª (..) “el corazón se le murió en
el pecho y se le quedó como una piedra”
· Sentimiento: el
corazón es la sede de los sentimientos: Sal 13,6 “pues yo confio en tu
amor, en tu salvación goza mi corazón”
· Deseo:
Sal 21,3 “le has concedido el deseo de su corazón, no has rechazado el
anhelo de sus labios”
· Razón:
se le atribuyen funciones racionales: Prov.16,23 : “mente sabia
perfecciona la boca y añade convicción a sus palabras”
· Decisión:
el corazón es el lugar de las decisiones: 2 Sam 7,27b (…) “por
eso tu siervo ha encontrado valor para orar en tu presencia”; Pr 6,18.”corazón
que trama planes perversos, pies ligeros para correr hacia el mal”
- Sede de la conciencia: 2 Sam 24,10 “Después de haber
hecho el censo del pueblo, le remordió a David el corazón y dijo David a
Yahvé: “He cometido un gran pecado. Pero ahora, Yahvé , perdona, te ruego,
la falta de tu siervo, pues he sido muy necio” (6)
En el NT encontramos el término “corazón” (kardía)
y “espíritu” (pneuma) relacionados con el juicio de conciencia.
Mt. 5,8 nos dirá que son bienaventurados los limpios
de corazón y la primera carta de Juan: 1 Jn3,19ss, nos dice que
nuestro corazón nos tranquiliza o nos acusa.
En los escritos de San Pablo encontramos un
mayor uso del término conciencia.
En Rom. 9,1-2, Pablo apelará al testimonio de su
propia conciencia: “ Digo la verdad en Cristo, no miento, -mi
conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo-, siento una gran tristeza y un
dolor incesante en el corazón.”
En Hech 23,1 Pablo le dirá al Sanedrín: “Hermanos
yo me he portado con entera buena conciencia ante Dios, hasta ese día”
La buena conciencia caracteriza la moral paulina como
podemos ver en:
1 Co, 4,4: “Cierto que mi conciencia nada me reprocha;
más no por eso quedo justificado”.
2 Co 1,12: “El motivo de nuestro orgullo es el
testimonio de nuestra conciencia, de que nos hemos conducido en el
mundo y sobre todo respecto de vosotros, con la sencillez y sinceridad que
vienen de Dios, y no con la sabiduría carnal, sino con la gracia de Dios”. (7)
En referencia a los Evangelios, podemos decir que
ellos conservan la imagen profética del corazón bueno, recto y renovado por
Dios.
El corazón es la sede de la moralidad y de la vida
nueva en el Espíritu y lo que importa –antes que la limpieza de los vasos
o de las manos- es que esté limpio el corazón –la
conciencia- de los seguidores de Jesús.
No se tiene tanta preocupación por el orden de las
acciones –como preocupaba a los fariseos- sino la sede profunda de la nueva
justicia que es el corazón puro de donde pueden salir las palabras y las acciones buenas, el perdón
misericordioso y la fidelidad.
Mt 12, 34-35, opuestas a las acciones del corazón
maligno (8)
(5) Cf. José. R. Flecha, Teología Moral fundamental,
pp 270-279
(6) Cf. José Sayés, op.cit. pp 327-328
(7) Ibid. p 328
(8) Cf. José R. Flecha, op cit. pp 282-283
Punto 3
Las Virtudes Cardinales y Teologales
Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica en su punto 1803:
“La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien.
Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí
misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa
tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas.”
Recuerdan que habíamos dicho que no somos buenos o malos en teoría….sino
que lo somos en la
práctica. Son nuestras acciones concretas, que cuando
proceden de nuestras elecciones y nuestra voluntad libres podrán ser
consideradas buenas o malas, correctas o incorrectas.
La carta de Pablo a los Filipenses nos dirá que es bueno tener
en cuenta todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, honorable, todo
lo que sea virtud y todo aquello que podamos elogiar. Todo eso vale la pena ser
tenido en cuenta. (Cf. Flp 4,8)
Pero ¿qué es una virtud humana? Son aquellos hábitos, actitudes firmes y estables, aquellas
perfecciones de nuestro entendimiento y nuestra voluntad que van a regular
nuestros actos.
También las virtudes ordenan nuestras pasiones y van a guiar nuestra
conducta según la razón y según nuestra fe.
Por eso pensamos que ¡¡¡es muy bueno ser virtuoso!!! Ya que las virtudes nos ayudan a ser
“dueños” de nosotros mismos, o sea a dominarnos, y colaborarán con nosotros
para que llevemos una vida moralmente buena. (Cf CIC 1804)
En la vida moral, no nos detenemos en el pecado sino en el llamado a la
perfección que el mismo Jesús nos hace.
Si nos preguntamos ¿Cómo podemos adquirir una virtud?...veremos que
nuestras fuerzas humanas cuando se armonizan y están de acuerdo a lo que Dios
nos pide, nos harán producir actos moralmente buenos, que darán sus frutos.Es
la capacidad que tenemos de vivir “según el Espíritu”.
Si leemos la carta de Pablo a los Gálatas nos daremos cuenta que todos los
dones recibidos del Espíritu Santo dan sus frutos. El habla de amor, alegría,
paz, generosidad, amabilidad, bondad, confianza.
Si nuestras obras reflejan estas características…..es que estamos
dispuestos a estar en sintonía con el amor divino.
Hay cuatro virtudes que llamamos “cardinales”
Le llamamos así porque son las principales, las fundamentales y todas las
demás estarán agrupadas alrededor de ellas.
Las virtudes cardinales son: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la
templanza. (Cf CIC 1085)
Prudencia es la virtud que ayuda a
nuestra razón a discernir en todo momento cuáles el verdadero bien y
a elegir cómo realizarlo.
Podemos decir que una persona prudente es reflexiva, piensa antes de actuar.
Contrariamente a lo que muchas veces pensamos la persona prudente no es una
persona tímida, temerosa o poco audaz.
A la prudencia se la considera conductora de las otras virtudes porque les
indica la medida de los actos y guía directamente el juicio de conciencia, por
eso el hombre prudente decide y ordena su conducta según este juicio.
A través de la prudencia aplicamos sin error los principios
morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que
debemos hacer y el mal que debemos evitar. Cf. CIC 1806)
Justicia: es la virtud moral que
consiste en que voluntariamente demos a Dios y al prójimo lo que les
es debido.
A la justicia para con Dios le decimos “la virtud de la religión”.
Para con nuestros hermanos, la justicia dispone a respetar los
derechos de cada uno y a establecer en nuestras relaciones la armonía que
promueve la equidad con respecto a las personas y al bien común.
El hombre justo piensa habitualmente con rectitud y actúa rectamente con el
prójimo. (Cf CIC 1807)
Fortaleza: es la virtud
moral que asegura que podamos seguir firmes en las dificultades y que seamos
constantes en la búsqueda del bien.
Nos reafirma en nuestro deseo de resistir a las tentaciones y de superar
los obstáculos en la vida moral.
A través de la virtud de la fortaleza somos capaces de vencer el temor,
incluso de vencer el temor a la muerte, y la fortaleza nos ayuda a hacer
frente a las pruebas y a las persecuciones.
También nos dará la capacidad de ir hasta la renuncia y el sacrificio de la
propia vida por defender una causa justa. (Cf CIC 1808)
¿Podríamos poner algún ejemplo de fortaleza que hayamos visto en nuestra
propia vida o en la de algún conocido?
Templanza: es la virtud moral
que nos ayuda a moderar la atracción que nos producen los placeres y
colabora con nosotros para que tengamos equilibrio en el uso de los bienes
creados.
Por la templanza conseguimos el dominio de nuestra voluntad sobre el
instinto y mantenemos nuestros deseos en los límites de lo que es honesto.
Decimos que la persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos
sensibles y es medida, discreta, y no se dejará arrastrar por una
pasión que esté desordenada.
Las virtudes y la gracia
Las virtudes humanas que se consiguen mediante la educación, mediante actos
deliberados, y una perseverancia que se mantiene en el esfuerzo, son purificadas y
elevadas por la gracia
divina. Las
virtudes, con la ayuda de Dios, forjan nuestro carácter y nos hacen
espontáneos en la práctica del bien. El hombre virtuoso es feliz al
practicar las virtudes, no lo vive como algo fuera de su naturaleza .
Pero, todos estamos heridos por el pecado y no nos es
fácil ser equilibrados moralmente.
El don de la salvación por Cristo nos otorga la gracia necesaria para
perseverar en la búsqueda de las virtudes, por eso es bueno que pidamos siempre
esta gracia de luz y de fortaleza, que recurramos a los sacramentos y
trabajemos unidos al Espíritu Santo para seguir su invitación a amar el bien y
evitar el mal. (Cf CIC 1810-1811)
Las virtudes humanas de las que hablamos anteriormente están
como “ancladas” , arraigadas en las virtudes teologales que nos llevan a todos
a participar de la naturaleza divina porque se refieren directamente a Dios.
Nos disponen a todos a vivir en relación con la Santísima Trinidad
porque tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino. (Cf. CIC 1812)
Son las virtudes teologales las que van a fundar, animan y
caracterizar el obrar moral del cristiano. Dan forma y vida a todas
las virtudes morales.
Dios nos las infunde en el alma para que seamos capaces de obrar como hijos
suyos y merecer la vida eterna.
Ellas nos garantizan la presencia y la acción del Espíritu Santo en
nuestras facultades , y son esencialmente tres: la fe, la esperanza
y la caridad . (Cf 1813)
Fe: es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él
nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone.
Por la fe nos entregamos entera y libremente a Dios” (DV 5). Por eso el creyente se esfuerza
por conocer y hacer la voluntad de Dios. “El justo [...] vivirá por la fe” (Rm 1,
17). La fe viva “actúa por la caridad” (Ga 5, 6).
El don de la fe permanece cuando no hemos pecado contra la fe y vive a
través de nuestras obras (St 2, 26)
Para que nos mostremos como un miembro vivo del Cuerpo de Cristo, la fe no
estará separada de la esperanza y la caridad.
Los cristianos no debemos guardar solamente la
fe y vivir de ella sino también profesarla, testimoniarla con firmeza y
difundirla, ya que el servicio y el testimonio de la fe son
requeridos para la salvación. (Cf CIC 1814-1816)
Esperanza: es la virtud teologal
por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad
nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no
en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. “
La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por
Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las
actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los
cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón
en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva
del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad.
1820 La esperanza cristiana se manifiesta
desde el comienzo de la predicación de Jesús en la proclamación de las bienaventuranzas.
Las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el cielo
como hacia la nueva tierra prometida; trazan el camino hacia ella a través de
las pruebas que esperan a los discípulos de Jesús. Pero por los méritos de
Jesucristo y de su pasión, Dios nos guarda en “la esperanza que no falla” (Rm 5,
5). La esperanza es “el ancla del alma”, segura y firme, que penetra... “a
donde entró por nosotros como precursor Jesús” (Hb 6, 19-20). Es
también un arma que nos protege en el combate de la salvación: “Revistamos la
coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación” (1
Ts 5, 8). Nos procura el gozo en la prueba misma: “Con la alegría de
la esperanza; constantes en la tribulación” (Rm 12, 12). Se expresa
y se alimenta en
la oración, particularmente en la del Padre Nuestro, resumen de
todo lo que la esperanza nos hace desear.
1821 Podemos, por tanto, esperar la
gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman (cf Rm 8,
28-30) y hacen su voluntad (cf Mt 7, 21). En toda
circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, “perseverar hasta
el fin” (cf Mt 10, 22; cf Concilio de Trento: DS 1541) y
obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas
realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que
“todos los hombres [...] se salven” (1Tm 2, 4). Espera estar en la
gloria del cielo unida a Cristo, su esposo:
Caridad: es la virtud teologal
por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro
prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.
Jesús hará de la caridad el mandamiento nuevo (cf Jn 13,
34) y amándonos “hasta el fin” (Jn 13, 1), nos mostrará el amor del
Padre que ha recibido.
Amándonos unos a otros, imitaremos el amor de Jesús que recibimos en
nosotros mismos.
Es por eso que Jesús nos dice: “Como el Padre me amó, yo también os he
amado a vosotros; permaneced en mi amor” (Jn 15, 9).
Y también: “Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo
os he amado” (Jn 15, 12).
La Caridad es fruto del Espíritu y plenitud de la ley, por eso
guarda los mandamientos de Dios y de Cristo: “Permaneced en mi
amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor” (Jn 15,
9-10; cf Mt 22, 40; Rm 13, 8-10).
Cristo que murió por amor a nosotros cuando éramos todavía “enemigos”
nos pide que amemos como Él hasta a nuestros enemigos (cf Mt 5,
44), que nos hagamos prójimos del más lejano (cf Lc 10,
27-37), que amemos a los niños (cf Mc 9, 37) y a los pobres
como a Él mismo (cf Mt 25, 40.45).
Pablo nos da una descripción incomparable de la caridad: «La caridad es
paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se
engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal;
no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo
excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta» (1 Co 13,
4-7).
También dice Pablo— “nada soy...”. Y todo lo que es privilegio, servicio,
virtud misma... si no tengo caridad, “nada me sirve” (1 Co 13, 1-4).
La caridad es superior a todas las virtudes. Es la primera de las virtudes
teologales: “Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la
mayor de todas ellas es la caridad” (1 Co 13,13).
¿Por qué si nombramos primero a la Fe decimos que el
ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad?.
Por que la Caridad es “el vínculo de la perfección” (Col 3,
14); es la forma de las virtudes; las articula y las ordena entre
sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a
la perfección sobrenatural del amor divino. (Cf CIC 1827)
Si nuestra vida moral está animada por la caridad, tendremos
la libertad espiritual de los hijos de Dios. No nos encontraremos
ante Dios como esclavos, en un temor servil, sino que seremos como hijos que
vamos respondiendo al amor de quien nos amo primero” (1 Jn 4,19):
«O nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la disposición
del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a
mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que manda
[...] y entonces estamos en la disposición de hijos» (San Basilio Magno, Regulae
fusius tractatae prol. 3).
La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige
la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la
reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión:
«La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para
conseguirlo, corremos; hacia él corremos; una vez llegados, en él reposamos»
(San Agustín, In epistulam Ioannis tractatus, 10, 4).
1830 La vida moral de los cristianos está
sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son disposiciones permanentes
que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo.
1831 Los siete dones del
Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia,
piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11,
1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben.
Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones
divinas.
1832 Los frutos del
Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como
primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce:
“caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre,
fidelidad, modestia, continencia, castidad” GS
Punto 3,segunda parte: ¿podemos descubrirnos a través de estas
obras?
Obras de misericordia corporales:
· Dar de comer al
hambriento
· Dar de beber al
sediento
· Dar posada al
necesitado
· Vestir al desnudo
· Visitar al enfermo
· Socorrer a los presos
· Enterrar a los
muertos
Obras de misericordia espirituales:
· Enseñar al que no
sabe
· Dar buen consejo al
que lo necesita
· Corregir al que está
en error
· Perdonar las injurias
· Consolar al triste
· Sufrir con paciencia
los defectos de los demás
· Rogar a Dios por
vivos y difuntos
Reflexiones de Francisco en su último Angelus desde Roma
ANGELUS: CONTEMPLACIÓN Y SERVICIO AL PRÓJIMO NO SON ACTITUDES CONTRAPUESTAS
Ciudad del Vaticano, 21 de julio 2013 (VIS).-Partiendo del episodio
evangélico de la visita de Jesús a Marta y María en Betania, el Papa ha
abordado esta mañana en el ángelus dos temas claves para la vida del cristiano:
la escucha de la palabra de Dios y el servicio concreto al prójimo, que no
deben vivirse de forma separada, sino “con profunda unidad y armonía”.
El Obispo de Roma ha explicado a los miles de fieles reunidos en la Plaza de
San Pedro que ambas hermanas “acogen a Jesús, pero de forma diversa”. María se sienta a sus pies y lo
escucha, mientras Marta, que se
apresura en las tareas domésticas, se enfada con su hermana
porque no la ayuda y dice al Señor: ·”¿No te importa que mi hermana me haya
dejado sola para servir? Dile que me ayude” Y Jesús le responde reprendiéndola
con dulzura: “Marta, Marta, tú te afanas y te agitas por muchas cosas, pero de
una cosa sola hay necesidad”.
“¿Qué quiere decir Jesús?”, se ha preguntado el Papa .“Ante todo es
importante entender que no se trata de la contraposición entre dos actitudes:
la escucha de la palabra del Señor, la contemplación y el servicio concreto al
prójimo. No son dos actitudes contrapuestas: al contrario, ambas son esenciales
para nuestra vida cristiana y no deberían separarse nunca, sino vivirse con
unidad y armonía profundas”.
Entonces, ¿Por qué Jesús reprende a Marta? “Porque ha pensado que lo
esencial era sólo lo que estaba haciendo, es decir, estaba demasiado preocupada
y absorbida por lo que había que “hacer”. En un cristiano, las obras de
servicio y de caridad no están nunca separadas de la fuente principal de cada
acción nuestra: la escucha de la Palabra del Señor, el estar -como María- a los
pies de Jesús con la actitud del discípulo”. Por eso Jesús “regaña” a Marta.
“También en nuestra vida cristiana - ha reafirmado el pontífice- la
plegaria y la acción deben estar unidas profundamente. Una plegaria que no
lleva a la acción concreta hacia el hermano pobre, enfermo, necesitado de
ayuda... es una plegaria estéril e incompleta. Pero, del mismo modo, cuando en
el servicio eclesial la preocupación principal es el hacer, el dar peso a las
cosas, a las funciones, a las estructuras y se olvida la centralidad de Cristo,
no se guarda tiempo para el diálogo con Él en la oración, se corre el peligro de
servirse a sí mismos y no a Dios, presente en el hermano necesitado”.
“Pidamos a la Virgen
María , Madre de la escucha y del servicio - ha concluido el
Santo Padre- que nos enseñe a meditar en nuestro corazón la Palabra de su Hijo,
a rezar con fidelidad, para prestar cada vez más atención concreta a las
necesidades de los hermanos”.
¿Encuentras similitud en tu vida personal?