MORAL FUNDAMENTAL
Profesora:
María Cristina Palma
Buenas tardes, es un gusto para mí estar
entre ustedes y agradezco mucho la invitación a este espacio de formación
catequística.
Hoy es nuestro primer encuentro, de cuatro
encuentros en total, donde trataremos de acercarnos al tema de la vida en
Cristo.
Los tres primeros encuentros los
dedicaremos a una mirada general sobre el tema moral y en el último abordaremos
los temas específicos de la moral personal.
Me pareció oportuno dividir nuestra
temática en cuatro ítems que serían:
·
El hombre creado a imagen y
semejanza de Dios, su dignidad, su llamado a la felicidad.
·
La conciencia y el
discernimiento. Actos y actitudes morales.
·
Virtudes teologales y
cardinales. Pecado y Gracia
·
Opción por la vida y el amor.
La sexualidad humana. Respeto por la vida propia y ajena.
Es probable que resulte difícil abordarlos
todos en el tiempo que tenemos asignado, por eso encontrarán en el programa a
través de la página, bibliografía sugerida para ampliar los temas que podremos
desarrollar aquí.
El espacio es breve y no hay tanta
posibilidad para responder las inquietudes espontáneas que pudieran surgir,
pero estamos abiertos a las consultas, a sus correos , a sus llamados.
Quizás se pregunten sobre qué material
necesitaremos.
Sin duda la Biblia, el Catecismo que tanto
conocemos, los documentos del Concilio Vaticano II, sobre todo Gaudium et
Spes y documentos del Magisterio como
Veritatis Splendor de Juan Pablo
II o
Persona Humana, pero a su tiempo, iremos indicando sobre cuál de ellos
trabajar.
Nos adentramos, entonces, al tema que nos
ocupa hoy.
Es necesario que pensemos que estos
espacios intentan tener un tono práctico , de base teológica, con el fin de que
nos ayude a desarrollar nuestra vida cristiana en búsqueda de la felicidad a la
que hemos sido llamados.
Punto 1: El hombre creado a imagen y
semejanza de Dios, su dignidad, su llamado a la felicidad.
Generalmente, creyentes o no creyentes
estamos de acuerdo en que todos los bienes de la tierra deben ordenarse en
función del hombre, centro y cima de todos ellos. (cf GS 12)
Seguramente hemos constatado en nuestras
propias vidas el deseo de realizarnos plenamente como personas libres.
Todos experimentamos una tensión hacia la
felicidad un deseo de vivir en la Verdad y el Bien, un deseo de unirnos a lo
trascendente. Es que Dios mismo al
crearnos nos ha llamado a compartir la riqueza de su vida.
Nos ha puesto como hombres y mujeres en
el mundo al servicio de los demás y nos ha destinado a ser cumbre de la
creación.
Vamos a ver qué nos dice el relato del
Génesis 1, 26-28, 31a
“Y Dios creó al hombre a su imagen; lo
creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. Y los bendijo diciéndoles: “Sean
fecundos, multiplíquense, llenen la
tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos
los vivientes que se mueven sobre la tierra...(...) Dios miró todo lo que había
hecho y vio que era muy bueno”. Gn. 1, 26-28, 31ª.
Este relato del libro del Génesis nos
está mostrando al hombre -nombrado genéricamente, designando la especie humana-
como cumbre de la creación, creado a imagen y semejanza de Dios y no creado en
soledad, sino que ya desde el origen está destacado su ser social.
Nos preguntamos: ¿Por qué es así? ¿por qué los hombres
podemos ser la cumbre de la creación?
Porque fuimos creados a imagen y
semejanza de Dios, o sea que no solo somos seres corpóreos sino también
espirituales siendo poseedores de inteligencia y voluntad libres.
En el ser humano se unen el mundo espiritual y
el mundo material y así como Dios creó todo para el hombre, el hombre fue
creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación.
En el plan de Dios los hombres y las
mujeres estamos llamados a “someter” la tierra como “administradores” de Dios.
No podemos ser destructores de la creación ni utilizarla como se nos ocurra sin
pensar en que debemos protegerla siempre.
La creación tiene su bondad y perfección
propias, pero fue creada en estado “de vía” hacia una perfección última
todavía por alcanzar.
Esta perfección última de la Creación es
a la que estamos llamados todos.
Dios no nos dio solo la existencia sino
también la dignidad de actuar por nosotros mismos, de ser causas y principios
unos de los otros.
Somos causas inteligentes y libres y así
podremos completar la obra de la Creación,
perfeccionando su armonía para nuestro propio bien y el de los demás.
Siendo Dios la causa primera, Él opera a
través de nosotros que somos las causas segundas y esto realza nuestra dignidad
de criaturas.
Podremos ver en estos puntos del
Catecismo este tema: 343;355-368)
Nos dice el Concilio Vaticano II, en su
Constitución Gaudium et Spes que el hombre por ser una creatura inteligente es
superior al universo material y que por esto, con su ingenio a lo largo de los
siglos la humanidad ha realizado avances en las ciencias positivas, en la
técnica y las artes obteniendo en nuestra época grandes éxitos en la
investigación y dominio del mundo material, y ha buscado intensamente y
encontrado una verdad más profunda.
¿Puede ser posible que el hombre “mejore”
la creación?
Tratemos de pensar en algunos ejemplos
(crear unidad a través de puentes, aprovechar la energía de los vientos o el
agua, construir represas, aislar gérmenes de enfermedades….etc etc..etc)
El intelecto humano se perfecciona por
medio de la sabiduría, que atrae
suavemente la mente del hombre a la búsqueda del amor de la verdad y del bien y
en esta época, quizás más que en otras, hay mucha necesidad de la sabiduría
para poder humanizar los nuevos descubrimientos de la humanidad.
Cuántas veces pensamos en los avances
científicos….que tienen logros
admirables pero nos preguntamos si verdaderamente son humanizadores.
Es así que todos nosotros partiendo de
las realidades visibles podemos llegar a
lo invisible, (cf GS 15) y al ser
criaturas creadas por Dios tenemos capacidad de conocerlo y amarlo.
Solo el hombre – de todas las criaturas
visibles- es capaz de conocer y amar a Dios y solo con el hombre Dios establece
un diálogo personal y único.
Somos amados y conocidos por Dios en
nuestra individualidad y por haber sido hechos a su imagen es que los seres
humanos tenemos la dignidad de “personas”.
No somos algo sino
alguien.
Esto es algo que hay que tener en
cuenta siempre.
No somos
objetos, no somos cosas utilitarias, somos PERSONAS y tenemos la dignidad de
las personas, no de las cosas , ni de otros seres vivos.
Por
eso podemos conocernos, poseernos y darnos con libertad entrando en comunión
con otras personas y con el mismo Dios a quien podemos ofrecerle una respuesta
de fe y de amor que ninguna de las otras creaturas podrá dar en nuestro lugar.
(Cf. CEC356-357)
Seguimos en nuestra lectura de la Biblia y
fijémonos que nos dice el salmo 8, sobre
la obra de Dios en nosotros:
“Al ver el cielo, obra de tus manos, la
luna y las estrellas que has creado: ¿qué es el hombre para que pienses en él,
el ser humano para que lo cuides?
Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y
esplendor; le diste dominio sobre la obra de tus manos, todo lo pusiste bajo
sus pies” Sal.8, 4-7
Cuando observamos la naturaleza, sol,
luna, estrellas, todo el cosmos y su inmensidad….nos vemos a nosotros mismos
como pequeños “puntitos” en tal majestuosidad….sin embargo….Dios nos hizo poco
inferior a los ángeles y colocó todo por debajo nuestro, para que fuésemos
capaces de administrar su creación.
Fuimos creados en amistad con nuestro creador
y en armonía con nosotros mismos y con la creación.
Fuimos constituidos en un estado de
gracia, de “santidad original” que era
una participación de la vida divina, fortaleciendo esta gracia todas las
dimensiones de nuestra vida.
Esta armonía interior de la persona
humana, la armonía entre el hombre y la mujer y la armonía entre los primeros
padres y toda la creación constituía el estado llamado “justicia original”.
(Cf. CEC 374-376)
Ya en el Génesis el hombre aparece como
necesitado de una ayuda semejante a si mismo: no es conveniente que permanezca
solo.
Es así que el hombre y la mujer -en su
diversidad- constituirán una unidad querida por Dios (Gn 2,18-24).
Hombres y mujeres tenemos la misma
dignidad y somos “imagen de Dios”, reflejando en nuestro ser hombre y nuestro
ser mujer la sabiduría y bondad del Creador.
Dios crea al hombre y la mujer para una
comunión de personas, en la que cada uno puede ser ayuda para el otro y
complementarios en cuanto masculino y femenino.
En el matrimonio Dios nos une de manera
que “formando una sola carne” seamos capaces de transmitir la vida humana,
cooperando a la obra del Creador de una manera única -que nos es propia-, como
padres y madres.
El Concilio Vaticano II nos dirá en su
Constitución Gaudium et Spes que uno de los principales aspectos del
mundo actual son las relaciones entre las personas, que hoy se favorecen, sin
duda, a través de la tecnología.
Pero lo importante no es la perfección
que se logre a través de diferentes sistemas de comunicación sino la cercanía,
la comunión que se establece entre las personas, la que exige un respeto mutuo
en su dignidad espiritual.
Nos mostrará cómo Dios ha querido en su
paternidad que los hombres constituyéramos una familia de hermanos, donde nuestro
trato fuera de verdad fraterno, por eso el amor de Dios y del prójimo son el
primero y mayor mandamiento.
No podemos separar uno del otro.
La plenitud entera de nuestras vidas se dará en la medida en que nos entreguemos sinceramente a los
demás.
El Concilio alude a la oración de Jesús a
su Padre, en el evangelio de Juan 17, 21-22.
El deseo de Jesús de que todos seamos Uno
como Él y el Padre son Uno, pondrá como una semejanza la unión entre las
personas divinas y la unión de la humanidad en Verdad y Caridad.
Que el hombre sea un ser social nos dice
que el desarrollo de la persona y el crecimiento de la sociedad están
mutuamente condicionados.
La vida social no es para el hombre un
“accidente”, sino que es una necesidad propia de su ser persona.
Esta interdependencia que existe en la
humanidad necesita la promoción del bien común, o sea que todos podamos
alcanzar una plenitud y perfección, para lo cual todo grupo social debe tener
en cuenta las necesidades y aspiraciones de los demás grupos.
Se debe tener en cuenta el bien común de
toda la familia humana facilitándole al
hombre todo lo que necesite para vivir una vida auténticamente humana donde se
contemplen sus necesidades básicas de alimento, vestido, vivienda, la capacidad de elegir libremente su estado
de vida, recibir educación, tener
posibilidad de trabajo, ser respetado y poder obrar con libertad de conciencia,
proteger su vida privada y gozar de libertad religiosa.(Cf. GS 23-26).
Dios creó al hombre para formar sociedad
y ha querido santificarlo y salvarlo no separadamente, excluyendo sus
relaciones, sino constituyéndolo un pueblo que le reconociera y le sirviera con
santidad.
Dios eligió un pueblo al que llamó suyo y
con el que estableció un pacto.
Este sentido comunitario se perfeccionó y
consumó en la obra de Jesucristo que participó en la vida social humana como
hemos podido conocer a través de pasajes bíblicos como las Bodas de Caná, o la
comida en casa de Zaqueo con publicanos y pecadores y tantos otros que nos
mostraron también cómo se sometió a las leyes de su patria, de qué manera
santificó los vínculos humanos, sobre todo los de la familia fuente de la vida
social y cuál fue el mensaje de su predicación: que nuestro trato fuera
fraterno, que la plenitud de nuestra ley fuera el amor, la acción solidaria de
los unos para con los otros. (Cf. GS 32)
El hombre, ser libre
Dios nos ha creado como seres racionales,
dándonos la dignidad de personas dotadas de iniciativa y dominio de nuestros
actos, por eso a través de nuestra razón
y nuestra voluntad podemos obrar o no obrar con libertad, eligiendo por
nosotros mismos.
La libertad nos permite crecer y madurar
en la verdad y el bien y alcanzará su perfección cuando esté ordenada a Dios.
Es una característica humana que nos hace responsables de nuestros
actos cuando éstos son voluntarios y cuanto más progresemos en la virtud y
el conocimiento del bien se acrecentará el dominio de la voluntad sobre los
propios actos.
La pregunta moral (*)
Podemos entender la moral como el
esfuerzo por responder a una pregunta que todo ser humano se hace a sí
mismo.
La Encíclica Veritatis Splendor
tomará como punto de partida para la reflexión el texto del evangelio de Mateo
en el capítulo 19 que relata el diálogo de Jesús con el joven rico: “Se le
acercó uno y le dijo: “Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir la
vida eterna?”
Si tenemos en cuenta que el joven rico
era un israelita piadoso, que había crecido junto a la Ley del Señor, nos damos
cuenta que le pregunta esto a Jesús no porque desconozca la respuesta de la
Ley, sino porque al sentirse atraído por Jesús, su persona le despierta nuevos
interrogantes.
La
persona de Jesús había despertado en él una percepción nueva: la del bien
experimentado como un horizonte de plenitud.
Podríamos decir que esta pregunta
expresaba, sobre todo, la búsqueda de plenitud del sentido para la vida, y
esta es una aspiración central, un impulso de nuestra libertad y la razón
última de nuestras decisiones y acciones . (cf. VS 7)
El sentido de la vida es
algo interior, está vinculado con la verdad de quiénes somos.
Preguntarse por el bien es también preguntarse ¿quién soy yo?.
Es la respuesta de Jesús la que nos hace
encontrarnos a nosotros mismos, a nuestra verdadera identidad y este
conocimiento permite liberarnos de muchas pautas y medidas que nos aplicamos y
que suelen ser inmediatas, imperfectas, externas e incluso falsas.
Cuando pensamos que la verdad sobre
nuestra vida y sobre nosotros no es una verdad puramente teórica, sino una
verdad práctica, una verdad que debemos realizar libremente en
nuestras obras, nos damos cuenta que es un llamado, una vocación.
Estudiar la ética cristiana sería estéril
si no fuéramos capaces de ponernos en contacto con la pregunta moral que está
en nuestro interior y si no estuviéramos dispuestos a ahondar en toda su
riqueza de significación.
(*) a partir de este punto lo citado está
tomado de Gustavo Irrazábal El camino de la comunión Introducción a la
Teología Moral fundamental, Agape libros, 2010, Buenos
No hay comentarios:
Publicar un comentario