CATEQUESIS POR RADIO. ESCUELA RADIAL DE CATEQUESIS: MORAL 1

sábado, 24 de agosto de 2013

MORAL 1



MORAL FUNDAMENTAL

Profesora: María Cristina Palma
Buenas tardes, es un gusto para mí estar entre ustedes y agradezco mucho la invitación a este espacio de formación catequística.
Hoy es nuestro primer encuentro, de cuatro encuentros en total, donde trataremos de acercarnos al tema de la vida en Cristo.
Los tres primeros encuentros los dedicaremos a una mirada general sobre el tema moral y en el último abordaremos los temas específicos de la moral personal.

Me pareció oportuno dividir nuestra temática en cuatro ítems que serían:

·         El hombre creado a imagen y semejanza de Dios, su dignidad, su llamado a la felicidad.
·         La conciencia y el discernimiento. Actos y actitudes morales.
·         Virtudes teologales y cardinales. Pecado y Gracia
·         Opción por la vida y el amor. La sexualidad humana. Respeto por la vida propia y ajena.

Es probable que resulte difícil abordarlos todos en el tiempo que tenemos asignado, por eso encontrarán en el programa a través de la página, bibliografía sugerida para ampliar los temas que podremos desarrollar aquí.

El espacio es breve y no hay tanta posibilidad para responder las inquietudes espontáneas que pudieran surgir, pero estamos abiertos a las consultas, a sus correos , a sus llamados.

Quizás se pregunten sobre qué material necesitaremos.
Sin duda la Biblia, el Catecismo que tanto conocemos, los documentos del Concilio Vaticano II, sobre todo Gaudium et Spes  y documentos del Magisterio como Veritatis Splendor  de Juan Pablo
II  o Persona Humana, pero a su tiempo, iremos indicando sobre cuál de ellos trabajar.

Nos adentramos, entonces, al tema que nos ocupa hoy.
Es necesario que pensemos que estos espacios intentan tener un tono práctico , de base teológica, con el fin de que nos ayude a desarrollar nuestra vida cristiana en búsqueda de la felicidad a la que hemos sido llamados.



Punto 1: El hombre creado a imagen y semejanza de Dios, su dignidad, su llamado a la felicidad.
Generalmente, creyentes o no creyentes estamos de acuerdo en que todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos. (cf GS 12)
Seguramente hemos constatado en nuestras propias vidas el deseo de realizarnos plenamente como personas libres.
Todos experimentamos una tensión hacia la felicidad un deseo de vivir en la Verdad y el Bien, un deseo de unirnos a lo trascendente.  Es que Dios mismo al crearnos nos ha llamado a compartir la riqueza de su vida.
Nos ha puesto como hombres y mujeres en el mundo al servicio de los demás y nos ha destinado a ser cumbre de la creación.
Vamos a ver qué nos dice el relato del Génesis 1, 26-28, 31a
“Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. Y los bendijo diciéndoles: “Sean fecundos, multiplíquense,  llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra...(...) Dios miró todo lo que había hecho y vio que era muy bueno”. Gn. 1, 26-28, 31ª.
Este relato del libro del Génesis nos está mostrando al hombre -nombrado genéricamente, designando la especie humana- como cumbre de la creación, creado a imagen y semejanza de Dios y no creado en soledad, sino que ya desde el origen está destacado su ser social.
Nos preguntamos:  ¿Por qué es así? ¿por qué los hombres podemos ser la cumbre de la creación?
Porque fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, o sea que no solo somos seres corpóreos sino también espirituales siendo poseedores de inteligencia y voluntad libres.
En el ser humano se unen el mundo espiritual y el mundo material y así como Dios creó todo para el hombre, el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación.
En el plan de Dios los hombres y las mujeres estamos llamados a “someter” la tierra como “administradores” de Dios. No podemos ser destructores de la creación ni utilizarla como se nos ocurra sin pensar en que debemos protegerla siempre.
La creación tiene su bondad y perfección propias, pero fue creada en estado “de vía” hacia una perfección última todavía por alcanzar.
Esta perfección última de la Creación es a la que estamos llamados todos.
Dios no nos dio solo la existencia sino también la dignidad de actuar por nosotros mismos, de ser causas y principios unos de los otros.
Somos causas inteligentes y libres y así podremos completar la obra de la Creación,  perfeccionando su armonía para nuestro propio bien y el de los demás.
Siendo Dios la causa primera, Él opera a través de nosotros que somos las causas segundas y esto realza nuestra dignidad de criaturas.
Podremos ver en estos puntos del Catecismo este tema: 343;355-368)



Nos dice el Concilio Vaticano II, en su Constitución Gaudium et Spes que el hombre por ser una creatura inteligente es superior al universo material y que por esto, con su ingenio a lo largo de los siglos la humanidad ha realizado avances en las ciencias positivas, en la técnica y las artes obteniendo en nuestra época grandes éxitos en la investigación y dominio del mundo material, y ha buscado intensamente y encontrado una verdad más profunda.
¿Puede ser posible que el hombre “mejore” la creación?
Tratemos de pensar en algunos ejemplos (crear unidad a través de puentes, aprovechar la energía de los vientos o el agua, construir represas, aislar gérmenes de enfermedades….etc etc..etc)
El intelecto humano se perfecciona por medio de la sabiduría,  que atrae suavemente la mente del hombre a la búsqueda del amor de la verdad y del bien y en esta época, quizás más que en otras, hay mucha necesidad de la sabiduría para poder humanizar los nuevos descubrimientos de la humanidad.
Cuántas veces pensamos en los avances científicos….que tienen  logros admirables pero nos preguntamos si verdaderamente son humanizadores.  


Es así que todos nosotros partiendo de las realidades visibles podemos  llegar a lo invisible, (cf GS 15)  y al ser criaturas creadas por Dios tenemos capacidad de conocerlo y amarlo.
Solo el hombre – de todas las criaturas visibles- es capaz de conocer y amar a Dios y solo con el hombre Dios establece un diálogo personal y único.
Somos amados y conocidos por Dios en nuestra individualidad y por haber sido hechos a su imagen es que los seres humanos tenemos la dignidad de “personas”.

No somos algo sino alguien.

Esto es algo que hay que tener en cuenta siempre.

 No somos objetos, no somos cosas utilitarias, somos PERSONAS y tenemos la dignidad de las personas, no de las cosas , ni de otros seres vivos.
Por eso podemos conocernos, poseernos y darnos con libertad entrando en comunión con otras personas y con el mismo Dios a quien podemos ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ninguna de las otras creaturas podrá dar en nuestro lugar. (Cf. CEC356-357)


 Seguimos en nuestra lectura de la Biblia y fijémonos que nos dice el salmo 8,  sobre la obra de Dios en nosotros:
“Al ver el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado: ¿qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides?
Lo hiciste poco inferior  a los ángeles, lo coronaste de gloria y esplendor; le diste dominio sobre la obra de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies” Sal.8, 4-7

Cuando observamos la naturaleza, sol, luna, estrellas, todo el cosmos y su inmensidad….nos vemos a nosotros mismos como pequeños “puntitos” en tal majestuosidad….sin embargo….Dios nos hizo poco inferior a los ángeles y colocó todo por debajo nuestro, para que fuésemos capaces de administrar su creación.
Fuimos creados en amistad con nuestro creador y en armonía con nosotros mismos y con la creación.
Fuimos constituidos en un estado de gracia, de  “santidad original” que era una participación de la vida divina, fortaleciendo esta gracia todas las dimensiones de nuestra vida.
Esta armonía interior de la persona humana, la armonía entre el hombre y la mujer y la armonía entre los primeros padres y toda la creación constituía el estado llamado “justicia original”. (Cf. CEC 374-376)
Ya en el Génesis el hombre aparece como necesitado de una ayuda semejante a si mismo: no es conveniente que permanezca solo.
Es así que el hombre y la mujer -en su diversidad- constituirán una unidad querida por Dios (Gn 2,18-24).
Hombres y mujeres tenemos la misma dignidad y somos “imagen de Dios”, reflejando en nuestro ser hombre y nuestro ser mujer la sabiduría y bondad del Creador.
Dios crea al hombre y la mujer para una comunión de personas, en la que cada uno puede ser ayuda para el otro y complementarios en cuanto masculino y femenino.
En el matrimonio Dios nos une de manera que “formando una sola carne” seamos capaces de transmitir la vida humana, cooperando a la obra del Creador de una manera única -que nos es propia-, como padres y madres.
El Concilio Vaticano II nos dirá en su Constitución Gaudium et Spes que uno de los principales aspectos del mundo actual son las relaciones entre las personas, que hoy se favorecen, sin duda, a través de la tecnología.
Pero lo importante no es la perfección que se logre a través de diferentes sistemas de comunicación sino la cercanía, la comunión que se establece entre las personas, la que exige un respeto mutuo en su dignidad espiritual.
Nos mostrará cómo Dios ha querido en su paternidad que los hombres constituyéramos una familia de hermanos, donde nuestro trato fuera de verdad fraterno, por eso el amor de Dios y del prójimo son el primero y mayor mandamiento.

No podemos separar uno del otro.

La plenitud entera de nuestras vidas se dará en la medida  en que nos entreguemos sinceramente a los demás.
El Concilio alude a la oración de Jesús a su Padre, en el evangelio de Juan 17, 21-22.
El deseo de Jesús de que todos seamos Uno como Él y el Padre son Uno, pondrá como una semejanza la unión entre las personas divinas y la unión de la humanidad en Verdad y Caridad.
Que el hombre sea un ser social nos dice que el desarrollo de la persona y el crecimiento de la sociedad están mutuamente condicionados.
La vida social no es para el hombre un “accidente”, sino que es una necesidad propia de su ser persona.
Esta interdependencia que existe en la humanidad necesita la promoción del bien común, o sea que todos podamos alcanzar una plenitud y perfección, para lo cual todo grupo social debe tener en cuenta las necesidades y aspiraciones de los demás grupos.
Se debe tener en cuenta el bien común de toda la familia humana facilitándole  al hombre todo lo que necesite para vivir una vida auténticamente humana donde se contemplen sus necesidades básicas de alimento, vestido, vivienda,  la capacidad de elegir libremente su estado de vida, recibir  educación, tener posibilidad de trabajo, ser respetado y poder obrar con libertad de conciencia, proteger su vida privada y gozar de libertad religiosa.(Cf. GS 23-26).
Dios creó al hombre para formar sociedad y ha querido santificarlo y salvarlo no separadamente, excluyendo sus relaciones, sino constituyéndolo un pueblo que le reconociera y le sirviera con santidad.
Dios eligió un pueblo al que llamó suyo y con el que estableció un pacto.

Este sentido comunitario se perfeccionó y consumó en la obra de Jesucristo que participó en la vida social humana como hemos podido conocer a través de pasajes bíblicos como las Bodas de Caná, o la comida en casa de Zaqueo con publicanos y pecadores y tantos otros que nos mostraron también cómo se sometió a las leyes de su patria, de qué manera santificó los vínculos humanos, sobre todo los de la familia fuente de la vida social y cuál fue el mensaje de su predicación: que nuestro trato fuera fraterno, que la plenitud de nuestra ley fuera el amor, la acción solidaria de los unos para con los otros. (Cf. GS 32)

El hombre, ser libre

Dios nos ha creado como seres racionales, dándonos la dignidad de personas dotadas de iniciativa y dominio de nuestros actos, por eso a  través de nuestra razón y nuestra voluntad podemos obrar o no obrar con libertad, eligiendo por nosotros mismos.
La libertad nos permite crecer y madurar en la verdad y el bien y alcanzará su perfección cuando esté ordenada a Dios. Es una característica humana que nos hace responsables de nuestros actos cuando éstos son voluntarios y cuanto más progresemos en la virtud y el conocimiento del bien se acrecentará el dominio de la voluntad sobre los propios actos. 

La pregunta moral (*)
Podemos entender la moral como el esfuerzo por responder a una pregunta que todo ser humano se hace a sí mismo.
La Encíclica Veritatis Splendor tomará como punto de partida para la reflexión el texto del evangelio de Mateo en el capítulo 19 que relata el diálogo de Jesús con el joven rico: “Se le acercó uno y le dijo: “Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?”
Si tenemos en cuenta que el joven rico era un israelita piadoso, que había crecido junto a la Ley del Señor, nos damos cuenta que le pregunta esto a Jesús no porque desconozca la respuesta de la Ley, sino porque al sentirse atraído por Jesús, su persona le despierta nuevos interrogantes.
 La persona de Jesús había despertado en él una percepción nueva: la del bien experimentado como un horizonte de plenitud.
Podríamos decir que esta pregunta expresaba, sobre todo, la búsqueda de plenitud del sentido para la vida, y esta es una aspiración central, un impulso de nuestra libertad y la razón última de nuestras decisiones y acciones . (cf. VS 7)
El sentido de la vida es algo interior, está vinculado con la verdad de quiénes somos. Preguntarse por el bien es también preguntarse ¿quién soy yo?.
Es la respuesta de Jesús la que nos hace encontrarnos a nosotros mismos, a nuestra verdadera identidad y este conocimiento permite liberarnos de muchas pautas y medidas que nos aplicamos y que suelen ser inmediatas, imperfectas, externas e incluso falsas.
Cuando pensamos que la verdad sobre nuestra vida y sobre nosotros no es una verdad puramente teórica, sino una verdad práctica, una verdad que debemos realizar libremente en nuestras obras, nos damos cuenta que es un llamado, una vocación.
Estudiar la ética cristiana sería estéril si no fuéramos capaces de ponernos en contacto con la pregunta moral que está en nuestro interior y si no estuviéramos dispuestos a ahondar en toda su riqueza de significación.

(*) a partir de este punto lo citado está tomado de Gustavo Irrazábal El camino de la comunión Introducción a la Teología Moral fundamental, Agape libros, 2010, Buenos



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